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Capitulo II. Ser Intensa es tu esencia

  • Foto del escritor: malditaintensa
    malditaintensa
  • 9 mar 2021
  • 20 Min. de lectura

Actualizado: 19 mar 2021


Pasaron un par de días desde mi pequeño brote. Las chicas cuidaban de mí. Mimos sin mucho descaro para no hacerme sentir incomoda. Había sido un año duro.

Pasamos unos días relajados de desayunos interminables, calas preciosas, meditación, atardeceres y cenas tranquilas que se alargaban en conversaciones profundas sobre la vida, hasta altas horas de la madrugada.


Despertamos el cuarto día en el equinoccio. El otoño había llegado y casualmente coincidía con el cumpleaños de Elena, así que ese día teníamos previsto hacer grandes planes. Como cada mañana, fuimos a desayunar a un bar que habíamos localizado a pocas calles de nuestros apartamentos. Tostadas con aguacate, huevos pochados y queso de cabra, zumo vegetal y una infusión relajante. Estaba intentando dejar de tomar café, o por lo menos disminuir la cantidad, tomar cinco cafés al día no es muy recomendable, y menos si tu estado natural es estar «tranquilamente nerviosa», así que decidí cambiar el café por infusiones.


¡Me encantaban aquellos desayunos! Eran largos y divertidos. Pasábamos un par de horas en la terraza de aquel bar cada mañana, charlas eternas entre risas y sorbos de rooibos. Aunque ese día fue algo diferente al resto. Mientras nos encontrábamos en medio de ese momento que para mí se había convertido en terapia, un par de mesas más allá, dos señoras gritaban y nos lanzaban miradas de desagrado. Al parecer, estaban muy enfadadas porque éramos siete personas en una misma mesa, e interrumpiendo nuestro plácido desayuno, comenzaron a vocear desde la otra punta de la terraza:

―¡No tenéis vergüenza, estamos confinados!

Esto hizo que la calma, la paz o el trance en el cual me encontraba desde hacía días se esfumaran de golpe. Respiré hondo, pero no me pude contener:

―Vamos a ver, ¿me pueden decir qué hacen en la calle si estamos confinados? ¿Y para colmo desayunando en un café, o es que solo nos afecta a nosotras?

Las señoras, a las que mejor llamaremos urracas amargadas, respondieron, como era de esperar:

―Sí podemos hacerlo, lo que no se puede es estar más de cuatro en una mesa, y vosotras, como si nada, siete. ¡SI-E-TE! ¡Que no tenéis vergüenza!

Juro por todos los dioses de Kat que busqué dentro de mí la manera más educada y dulce de decirles que no era su problema, que, si estaba prohibido, quien debía hacerse cargo de comentárnoslo eran los dueños o encargados del bar. Casualmente, en ese momento pasaba un coche de policía, cosa que me sirvió como apoyo visual.

―Miren, señoras ahí tienen a la policía. Si tanto les molestamos, paren el coche y pregunten si estamos infringiendo alguna ley o norma.

Intenté volver a relajarme y continuar con mi desayuno cuando, de repente, escuché a una de las urracas amargadas decir:

―Es que las mandaba de una patada en el culo a su puñetero pueblo.

No aguanté más, me levanté y les vociferé:

―¡¡Señora!!! ¡¡Por llamarla de algún modo, porque, con tanta falta de educación, de señora tiene poco!! Ahí los tienen de nuevo, ¡¡mireeee!!! ¡Sí, la policía no para de pasar por delante! Vaya y pregúnteles a ellos y dejen de meterse en vidas ajenas. ―Aquí llegó mi momento cumbre, ese cuando la maldita intensa que llevo dentro sale y muestra todo su esplendor…―. Váyanse a sus casas y échenles un polvo a sus maridos…, que por sus caras de amargadas seguro que es eso lo que les pasa. Echen un buen polvo y dejen de joder.


Jessy me agarró del brazo tirando de mí hacia abajo para que me sentara. Salió el encargado del bar e intentó poner paz en esa pequeña disputa. Las chicas intentaban calmarme cuando el coche de policía, que volvía a pasar, se detuvo.


Lucía se dirigió hacia el vehículo aprovechando el semáforo en rojo y habló con ellos. Por lo visto, le comentaron que esas normas eran para los residentes, y que nosotras no teníamos que hacer caso, no infringíamos nada. Volvió a la mesa sintiéndose victoriosa y nos informó de lo que había hablado con ellos en un tono bien alto para que las señoras se dieran por aludidas. Siguieron protestando, pero las ignoramos y terminaron por marcharse.

Lucía se sentó y en un tono mucho más bajo, casi como si fuera a contar un secreto, nos dijo:

―¡Hay que ver con la policía de Ibiza, chicas! ¡Qué guapos eran, casi les digo que me detengan!

Comentamos que era una pena que no se hubieran bajado del coche.

―Julieta, tenías que haberla cogido de los pelos ―dijo Jessy riéndose a carcajadas.

Entonces, por tercera vez consecutiva, el coche de policía volvía a pasar por delante. ¿Qué hacían? Llevaban tres vueltas, no entendíamos muy bien el propósito, tampoco es que corriéramos peligro inminente de muerte por dos marujas. Caímos en la cuenta. Debían de estar aburridos, isla vacía, covid... Y sin más, aparecidas de la nada, siete chicas guapas. Pasaban para vernos, lógicamente tenía que ser eso. Comenzamos a trazar un plan.

―Si vuelven a pasar les paro ―dijo Daniela.

―Podríamos preguntarles dónde podemos ir esta noche de fiesta ―añadió Kat.

―Chicas, quiero recordar que está todo cerrado... ¡y que son po-li-cí-as! ―intervino Irene.

―Pues eso, ellos mejor que nadie sabrán dónde se encuentran las fiestas clandestinas ―siguió Daniela.

―Podríamos invitarles a mi cumpleaños. Bueno, que nos digan dónde se puede ir y que se vengan, ¿no? ―propuso Elena.

―Chicas, estáis locas. Pero ¡¡qué coño!! Lo que pasa en Ibiza se queda en Ibiza, es el cumpleaños de Elena, y hoy ¡hay que liarla! Un poco, por lo menos ―añadió Jessy.

―¡¡Chicas, chicas!! ¿Son ellos otra vez? Creo que se han parado, ¿o no son ellos? Lucía, mira tú, que los has visto. ¡Uppssss, ahora hay dos coches de policía!! ―deje yo.

Y con una coordinación digna del equipo nacional de natación sincronizada, nos giramos e inclinamos a la vez mirando hacia los coches. Nos pareció ver que estaban aparcando. Efectivamente así era. De un coche salieron cuatro policías, del otro dos, unos más atractivos que otros, pero ya fuera por el uniforme o porque llevábamos unos días de relajación excesiva, la libido se nos disparó. Nos alborotamos un poco, teníamos ganas de salseo. Sentadas, mientras ellos se acercaban, comenzamos a peinarnos con los dedos, ponernos gloss y acomodarnos en las sillas. «Qué poco discretas somos», pensé. Pasaron a nuestro lado, nos dieron los buenos días y se metieron en el local.

Planteamos quién debía ir a hablar con ellos. Ninguna se ofrecía voluntaria, parecíamos adolescentes en la puerta del instituto. Daniela, que sin duda es la más atrevida, pidió papel y boli, nos propuso escribirles una nota, pero, aparte del teléfono, ¿que podíamos escribir? Cualquier opción de poner algo más que el número resultaría totalmente ridículo, así que la nota simplemente decía: «Daniela + 6» y un número de teléfono. Daniela, obviamente, escribió el suyo. Entramos al local para verlos algo mejor y de paso pagar la cuenta. íbamos a marcharnos y ninguna se atrevía a hacerles entrega de la nota, ni siquiera Daniela, así que, aferrándome a la sensación de mujer empoderada que en ocasiones creo que soy, le dije que me diera la dichosa notita.


Sacudí el pelo, levanté la barbilla y con paso firme me dirigí al baño. Ellos estaban sentados cerca... Entré, me miré al espejo y me dije a mi misma: «¡Tú puedes, Julieta!». Salí, puse la mejor de mis sonrisas y me acerqué a la mesa.

―Hola, chicos, aquí os dejo un papel con el teléfono comunitario por si esta noche queréis salir a tomar algo...

Uno de ellos, sorprendido, respondió:

―¿Comunitario?

―Sí, claro, no iba a poneros los siete números de teléfono... En fin, si no tenéis plan y os apetece, llamadnos.

Orgullosísima de mí misma, me di media vuelta y me fui. Me sentí algo avergonzada, pero por sus sonrisas pensé: «Estos, sin duda, nos llamarán». Estaba en deuda con las chicas, llevaban días cuidando de mí, qué menos que ser la que diera el paso y hablara con ellos. Además, después de todo, no había sido para tanto.

Pasamos el día en Cala Saladeta. Curioso que para acceder a la playa tuviéramos que hacer cola, la Covid19 se encontraba en todas partes.

Un chico con chaleco reflectante en medio de las rocas que dan paso a la cala se encargaba de limitar el aforo. Cuando por fin llegó nuestro turno, nos animamos y le cogimos unos mojitos al camarero pirata. Este se encargó por un rato de que no nos faltara de nada, picamos algo y sobre las 17:00 h nos marchamos rumbo a los apartamentos. Se encontraban a tan solo quince minutos, pero debíamos ponernos guapas, ya que teníamos reserva a las 22:00 h en un restaurante llamado Can Bass y antes queríamos ir al puerto a tomar algo y hacer trabajo de investigación. El plan: descubrir dónde se hacía alguna fiesta clandestina.


Llegamos al puerto de Ibiza sobre las 20:30. Estaba todo vacío, tanto que no parecía que caminara por el mismo lugar donde años atrás encontrar una mesa libre era imposible. Los pasacalles de Pachá, Amnesia y Supermatxé, el ruido de la gente, las tiendas abiertas al público hasta después de la medianoche, los vendedores ambulantes... Todo eso había desaparecido, todo salvo los yonquis, que parecían haberse multiplicado, quizás porque con el tumulto de la gente no deparaba en ellos y ahora saltaban a la vista. Lo normal era que no cogiera un alfiler y, de repente, aquello era un desierto. Un par de bares abiertos y calles vacías, era muy extraño verlo de ese modo, casi triste diría yo. Y no os confundáis, me encantó ver la Ibiza de la calma y la paz, esa que jamás había visto, pero empecé a dudar de si averiguaríamos dónde se hacían, o si realmente se hacían fiestas en algún rincón de la isla...

Nos sentamos y pedimos unas copas. No disponíamos de mucho tiempo, así que fui directa al ataque, comencé a tontear con el camarero italiano para sacarle información. Eso provocó que, además, nos invitaran a un par de chupitos de hierbas ibicencas. Hubiera sido una buena policía, se me da muy bien sonsacar información, sobre todo cuando se trata del género masculino.

Entre chupito y chupito, el móvil de Daniela sonó. ¡Era uno de los policías! Esta fue la conversación de WhatsApp:


―Policía: «¡Hola, chicas!! ¿Qué hacéis al final esta noche?

―Daniela: Pues iremos a cenar a Can Bass y luego no lo sabemos.

―Policía: ¿Dónde estáis hospedadas?

―Daniela: En San Antonio, cerca del Buddha Bar. ¿Dónde podemos ir después?

―Policía: Pues está toda cerrado.

―Daniela: Bueno, pero seguro que sabrás dónde están los suburbios.

―Policía: Los suburbios los tenemos controlados. Jejejeje. Lo que hay es el Buddha Bar.

―Daniela: ¿Entonces nos estás pidiendo que seamos buenas y responsables y después de cenar vayamos al Buddha Bar?

―Policía: Estaría bien.

―Daniela: Vendréis..., imagino.

―Policía: Bueno, voy a ver a quién rescato. Pásame una fotito grupal, que así seguro que se animan.

―Daniela: Vale, ahí va, pero espero que nos enviéis una también, ¿eh?

―Policía: Bueno, luego os digo algo, ¿nos vemos en Buddha sobre las 11?

―Daniela: Ok, ciao.

―Policía: Disfrutad la cena, guapa.

El camarero italiano no consiguió averiguar nada. Hizo un par de llamadas, pero se le veía más interesado en que nos quedáramos allí que en localizarnos una fiesta. Nos comentó que, por lo general, las fiestas clandestinas se hacían en viernes o sábado y que, al ser martes, era complicado. Al marcharnos me pidió el teléfono con la excusa de «por si se enteraba de algo». Le di uno falso, teníamos plan policial.

Nos dirigimos al restaurante algo ebrias, ¿con un mojito y dos chupitos?

―Los amigos italianos nos han cargado bien las copas, estos se querían montar la fiesta con nosotras…. ¡¡Pues va a ser que no!! ―dijo Elena tambaleándose.

Can Bass era encantador, música ambiente y mucho estilo. En sus jardines, un pequeño camino de baldosas llegaba a la recepción del restaurante. Una vez allí nos acompañaron a la mesa, era redonda bajo unas estructuras de madera y bambú y una preciosa lámpara colgante en el centro. El interior del restaurante no era menos increíble, recuerdo quedarme embobada mirando una barra del interior con obras de arte en los azulejos, que parecían pinturas egipcias, el sitio era perfecto. Pedimos vino, sangría y la comida. Teníamos el regalo de Eva preparado y unas velas que queríamos poner en su postre. El pastel lo reservamos para el apartamento.

La cena fue bien: ceviche y pulpo, todo exquisito pese a cenar a toda prisa... Habíamos quedado con los agentes de la ley y no disfrutamos del lugar como se merecía, aunque, con el alboroto que una vez más formamos, quizás fue lo mejor para el resto de los comensales, había un ambiente muy placido en el restaurante hasta que aparecimos nosotras armando escándalo.

No pedimos postre ni le dimos el regalo a Elena, pedimos la cuenta y pusimos rumbo a Buddha Bar. Fue, sin duda, la cena más rápida de la semana. Queríamos fiesta, así que nos marchamos. De camino, prosiguieron los wasaps:

―Policía: Chicas, ¿qué os queda?

―Daniela: Acabamos de salir, llegamos en treinta minutos.

―Policía: Yo he rescatado a tres.

―Daniela: Así que serás tú +2.

―Policía: No, yo más 3... El resto trabaja y son muy responsables, jejeje.

―Daniela: Bueno, pues ahora nos vemos en Buddha.

Llegamos antes que ellos. ¡Genial, eso nos daba tiempo para sentarnos primero, pedir una copa y que el momento incómodo de la llegada y las presentaciones fuera para ellos!

No tardaron más de cinco minutos. Aparecieron cuatro chicos, dos de ellos bastante monos, otro normalito de cara pero con cuerpazo, el último normalito y quizás algo mayor que el resto.

Comenzaron las presentaciones: José Luis, de Cádiz; Toni, de Madrid; Fran, de Valencia, y el otro..., el otro... ¡Oh, dios mío! Cuando lo miré fijamente, me di cuenta de que ―¡no me lo podía creer!― era el chulazo de Atlantis. Se presentó. Denis, de Barcelona..., como nosotras.

Intenté disimular. Nos saludamos dándonos dos besos y comenzaron las típicas conversaciones. De repente me sentí avergonzada recordando la risita tonta de Atlantis. Esperaba que no me reconociera. Noté que me sonrojaba, así que agaché la mirada y me quedé embobada mirando mi copa cuando Denis dijo interrumpiendo al grupo:

―Tú eres la chica del otro día, ¿no?

Todas me miraron como si se hubieran perdido un capítulo.

―¿Otro día? ―preguntó Daniela poniendo cara de sorprendida.

―Si, no caí esta mañana cuando te vi, pero sabía que te había visto antes. Sí, sí, eres tú, la rubia torpe del bikini negro. Un bikini espectacular, por cierto. ―Guiñó un ojo.

Las chicas me miraban solicitando explicaciones. Le di las gracias y apareció otra vez la maldita risa del demonio. Todos se rieron al escucharme.

―¿Pero qué otro día? ―insistió Daniela.

―En Atlantis. Me dio un susto, saltó desde las rocas y... Bueno, nada más, me asusté ―respondí.

―Sí, se asustó y no quiso tirarse conmigo ―dijo él.

En ese momento me levanté, ya que notaba un calor que subía hacia mis mejillas y temía estar más roja que un tomate. Fui al baño. Para colmo, estaba algo mareada, así que, mirándome al espejo una vez más, conté hasta cinco, me lavé las manos y salí. Detrás de la puerta, dispuesto a entrar, se encontraba Denis. Casi le doy en las narices al abrir.

―¡¡¡Dios!!! ―exclamé.

―¿Otra vez?

―¿Como que otra vez? ―pregunté.

―Has visto a dios muchas veces en la isla, ¿o me da la sensación? ―dijo Denis.

―¡Ah! Jejeje. Es que me he asustado… Casi te doy con la puerta ―respondí.

―Vaya, siempre que me ves te asustas, voy a empezar a pensar que te asustas de mí.

Risa tonta en 3, 2, 1...

―¡Jejejeje! Ejem... ¡No, tonto!... Bueno, ¿entrabas, verdad?

―Sí. Si me lo permites, chica lista ―contestó.

Me aparté para que pasara y pensé: «¿Tonto? ¡Le he llamado tonto! Necesito otra copa».

Me acerqué a la barra a pedir. Mientras me preparaban el mojito de fresa, Denis salió del baño y se acercó a mí y pidió otro coctel.

―¿Te puedo invitar a un chupito? ―preguntó.

Obviamente respondí que sí.

Al brindar dijo:

―Por los sustos que dan gusto. ―Y sonrió.

Chocamos los pequeños vasos y de un trago nos los tomamos. Hubiera querido que la tierra me tragara como yo tragué aquel chupito: rápido y sin dejar rastro, pero no, ahí seguía después del chupito de hierbas... Nos dieron las copas y fuimos a la mesa a sentarnos. No habían pasado más de diez minutos cuando la camarera se acercó para decirnos que iban a cerrar en breve, así que uno de los chicos, creo que Toni, propuso ir a un local que ellos ―por el poder que les otorgaba ser agentes de la ley y el orden― podían abrir. Por lo visto, ellos mismos lo habían cerrado días antes. Pero allí no había alcohol, pues lo habían requisado, así que tendríamos que ir a comprar a algún sitio si decidíamos ir. Nosotras propusimos otro plan:

―Tenemos los apartamentos justo aquí detrás y tenemos cervezas, vino... Poco más, pero para pasar el rato tenemos de sobra, y podemos estar en la terraza, que es muy grande y, aunque sea de noche y no se vea, hay buenas vistas ―dijo Elena.

A las chicas y a mí nos pareció lo mejor, aún teníamos que sacar el pastel y darle el regalo a Elena; a ellos, bueno... A ellos les importaba poco dónde ir.

Nos pusieron las copas en vasos de plástico y fuimos hacia los apartamentos. Nada más llegar, sentamos a Elena en una silla frente a la mesa y, sin que se diera demasiada cuenta, sacamos el pastel. Comenzamos a cantar el cumpleaños feliz y le dimos su regalo: un colgante de oro blanco con un brillante en forma de corazón. Después de esto, Kat, para probar a los chicos, les preguntó si le habían traído un regalo a Elena.

―Venir a un cumpleaños sin regalo es de mala educación ―dijo con una sonrisa picarona.

Entonces les sugirió que, para enmendar tal grosería, lo mejor sería que le hicieran un bailecito sexy a Elena como regalo. José Luis y Toni se vinieron arriba rápido y comenzaron a bailar de un modo más propio de unos strippers que de unos policías. Vitoreábamos y aplaudíamos mientras Elena se hacía la avergonzada. Realmente esto animó la fiesta. Al poco, todos comenzamos a bailar. Pasado un rato, Denis se sentó cerca de donde yo me encontraba de pie bailando, me cogió de la mano, lo miré y me dijo:

―No te asustes, ¿eh?

Yo, que ya me encontraba más desinhibida de lo normal gracias al alcohol, le respondí:

―Ya no hay nada que me asuste.

En ese momento se levantó, pegó su cara a la mía y dijo:

―¿Seguro?

Me reí, pero esta vez no era esa estúpida risita, así que lo miré fijamente y le dije-:

―NA-DA. ―Y le di un trago con la cañita a mi copa sin apartar la vista de aquellos ojazos.

Entonces él me agarró del cuello y me besó.

De la noche no recuerdo mucho más, solo sé que bailamos, reímos y nos besamos. Cuando desperté no estaba sola, Denis estaba a mi lado...

Al verlo tumbado a pocos centímetros de mí, sentí que me daba un microinfarto.

―¡Dios mío, dios mío, dios mío...! ―dije cogiendo mi cara con ambas manos.

Entonces él abrió sus maravillosos ojos azules. Yo seguía con las manos en mis mejillas y, de un salto, me incorporé hasta quedar sentada en la cama.

―Buenos días. ¿Ya estas rezando, o es que te has asustado otra vez? ―dijo.

―No. Bueno, en realidad sí, un poco. No recuerdo mucho de ayer ―dije yo.

―¿No? Joder, pues no veas cómo gritabas ―respondió.

―¿¡Cómo!? ―dije abriendo tanto los ojos que parecía que se me iban a salir de las cuencas.

Él empezó a reír a carcajadas.

―Te estoy tomando el pelo, chica lista. Para ser tan lista, se te puede engañar con mucha facilidad. No pasó nada. Bueno, sí, nos besamos un par de veces. Eso lo recuerdas, ¿no? Poco más. Estabas más por bailar y tus amigas que por mí. De repente te sentaste en el sofá y caíste rendida. Las chicas me comentaron que últimamente duermes muy poco e imaginé que estarías cansada, así que te llevé a tu apartamento y te metí en la que me dijeron que era tu cama. Y... Bueno, como puedes comprobar, me quedé contigo. Estás muy guapa cuando duermes, ¿lo sabias? Se te relaja la carita, pareces una niña buena y todo. Siento si te ha molestado.

―No, no, tranquilo... Discúlpame tú a mí... ¿Di el espectáculo?

―Jejejeje. ¿A qué te refieres? ―preguntó.

―No sé, si di la nota, la lie de alguna manera... Entonces, solo por confirmarlo… No follamos, ¿verdad?

―Jajajajaja. No. ¿Decepcionada? ¿Si diste el espectáculo? Espectáculo no sé, pero fue muy divertido, nos enseñaste a bailar el Jerusalema. Le bajaste los humos a Toni, estaba vacilando de experto en artes marciales y le hiciste una llave, lo tumbaste. Bien por ti, estos madrileños siempre se creen los más chulos. Eso sí, después de anoche creo que te tiene algo de miedo.

Mientras hablaba me sentía cada vez más y más avergonzada. Me quedé sentada, mordiéndome las uñas de gel. con un meneo para adelante y atrás propio de la interna de un manicomio.

―Mierda, mierda, joder... Es que no puedo beber... Buf, soy muy intensa, he de dejar de hacer estas cosas ―dije.

―¿De hacer qué? No hiciste nada malo, y lo pasamos genial. Eres una chica muy autentica, diría que hasta tienes algo especial. Eso sí, ya sé que practicas krav maga y que no hay que meterse contigo. No te tienes que sentir vergüenza de nada ―respondió.

―Bueno, gracias por tus palabras, pero yo sé por qué lo digo...

―Bueno, bonita, con tu permiso me voy a ir yendo, que uno ha de trabajar, no todos tenemos la suerte de estar de vacaciones, además yo no he dormido..., apenas un par de cabezaditas, y si me quedo aquí un rato más finalmente caeré y mi turno empieza a las 10 h.

―¿Cómo? ¿No has dormido? ―pregunté sorprendida.

―No, preferí ver cómo dormías tú, ya te dicho que estás muy bonita cuando duermes. Por cierto, babeas. ―Me tocó la nariz suavemente mientras decía eso y se puso en pie. Estaba en calzoncillos, unos maravillosos boxers blancos de, cómo no, D&G...

Mientras intentaba no pestañear para no perderme nada, una vez más pensé: «Parece un puto modelo, joder».

―Bueno, si te parece, hoy dormiré, pero mañana, si vais a alguna playa o no sé... queréis hacer algo, me gustaría verte, me han chivado que en breve os vais y me gustaría conocerte un poco más.

―Sí, sí, claro, ¿por qué no? ¿Te di mi número en algún momento de la noche? ―pregunté.

―No, pero ya lo he averiguado, recuerda que soy policía ―bromeó.

Sonriendo, respondí:

―Ok, mándame un wasap y lo vemos.

―Ok. Y no te avergüences, lo he pasado genial. Ser intensa es tu esencia, no la pierdas.

Me dio un piquito y se marchó.

Eran las 9 de la mañana. Fui corriendo a la cama de Elena y Lucía, mis compañeras de apartamento. Empezaron a aplaudir, me metí entre ambas como si hubiera hecho algo terrible y, pese a que me dijo que no había habido sexo, palpé mis genitales para comprobarlo.

―Todo está bien. ―Suspiré―. Chicas, ¿se me fue mucho la olla o qué?

―Qué va, tía, solo nos emborrachamos. Jess hasta se quedó dormida y la dejamos tirada en el balcón, ni de lejos fuiste la peor. Jajajajaja... Solo fuiste tú, Julieta en todo tu esplendor, ¿en serio no recuerdas nada? Te quedaste dormida, entonces Denis pregunto cuál era tu cama, le dijimos que estabas en el otro apartamento, y él, como si fuera un príncipe rescatador, te trajo en brazos.

―¿Y las chicas? ―pregunté.

―Nada, nadie ha follado, si te refieres a eso. Los otros se fueron sobre las 6, tú moriste sobre las 5 o así, ¿verdad, Elena? Y sobre las 6 o 6 y poco, cuando vinimos aquí, tú seguías dormida con la ropa puesta; él estaba tumbado tu lado, pero ya está, no hemos escuchado nada raro, no te rayes ―dijo Lucía.

Me quedé algo más tranquila, pero no entendía nada, una vez más lo había vuelto hacer, me había emborrachado y me había comportado de una manera muy intensa. Recordé las palabras de Denis: «Ser intensa es tu esencia». Pero yo no quiero ser así, ¿no? Es más, odio eso de mí, odio ser tan...tan yo. ¡Arrrgggg! ¿Jamás podré cambiarlo?

Ya no podía volver a dormir, así que dejé a las chicas descansar y bajé sola a desayunar. Me senté en la mesa y pedí el desayuno sin poder dejar de darle vueltas a lo sucedido. Un wasap interrumpió mis pensamientos, ¿sería Denis? Para mi asombro era Robert. Me envió una foto que me hizo cuando estábamos en el confinamiento, desnuda al completo. Lo único que llevaba puesto era una mascarilla. Robert había editado el fondo y parecía que estuviera en una preciosa playa en lugar del comedor de su casa.

Wasap de Robert: «Mira, nena, ayer pasé la hora de comer editándola, ¿te gusta?».

Pensé: ¡¡Dios mío!! ¡¡Qué preciosa la foto, qué precioso detalle, qué precioso él!! Te amo, te amo, te amo, maldito Robert, vuelve conmigo de una puta vez, joder».

Respondí: «¡Oh, sí, qué chuli! Muchas gracias 😊».

Robert: «Me alegro de que te guste. Bueno, te dejo, que he de trabajar. ¡Disfruta».!

Yo: «Gracias».

Me trajeron el desayuno y aparecieron Irene y Kat.

―¡Coño, qué hambre! ―exclamó Irene.

―¿Qué, nena, cómo terminaste? ¿Has follado? ―preguntó Kat.

―¡¡No, por dios!! ―respondí.

―Pues qué tonta, estaba para darle un meneo ―dijo Irene.

―¡Mirad lo que me ha enviado Robert!

Les enseñé la foto y ellas se miraron entre sí.

―Sí, muy bonita, ¿pero nos explicas por qué no has follado? Olvídate de Robert. Por cierto, ¿a qué viene que te envíe esa foto ahora? ¿Dónde te la saco? El sitio es precioso. ―dijo Kat.

―Es su casa. La ha editado, por eso me la envía ―respondí.

El resto de las chicas, Jessy, Daniela, Lucia y Elena, llegaron, hicieron sitio en la mesa, e Irene las puso al día sobre el tema foto. Me quitó el móvil y se la enseñó a las demás.

―Vamos a ver, Julieta, cuéntanos qué pasó ayer ―dijo Jessy.

―No paso nada, él se comportó como un caballero y se quedó con ella, pero ni han follado ni nada ―respondió Elena.

―Pues vaya mierda de caballero, ¿de qué sirve un caballero si no saca la espada? ―dijo Kat.

Todas reímos.

―Pero no entiendo por qué no te lo follaste, nena, ¿por el inseguro? Este sabe que estás en Ibiza pasándolo bien y te envía la foto esa con el propósito de joderte las vacaciones... ―aseguró rotunda Jessy.

―Estáis muy equivocadas ―respondí―, él no es así. La ha enviado porque la ha editado y ya, somos buenos amigos, ya está.

―No jodas, nena, pareces nueva ―rebatió Jessy.

―Y no follé porque no. Además estaba en coma, joder, si ni me acuerdo de lo que pasó después de que me besara, y no es por Robert. Además, quiero informaros de que Denis me ha dicho de vernos mañana y le dicho que sí.

―Eso ya me gusta más, nena. Fállatelo antes de volver a Barcelona y olvídate de Robert ya. ¿Qué te crees, que él está a dos velas como tú o hablando de ti todo el día? ―dijo Daniela.

―No, eso lo sé... Es más, creo que ya se está trabajando a alguna ―respondí.

―¡No jodas! ¿Y quién es? ―preguntó ella.

―No estoy segura, pero vi una chica en una historia de Instagram, justo después de que lo dejáramos. Fue a una fiesta mientras yo estaba llorando en casa... Dice que es el rollo de uno de sus amigos, pero no sé..., fue todo muy raro. Cuando se le pasó la borrachera borró la publicación. No me cuadra. Lo conozco bien, seguro que se la folló, pero me da igual

―Claaaaro, te da igual... ¿Por eso estás apuñalando la tostada? ―dijo Irene.

―Bueno, igual no me da, pero es lo que hay. Sé que ha de hacer su vida, se follará a esa y mil más, pero no por ello vamos a dejar de ser amigos, lo somos desde hace años, ya lo sabéis. Quiero que sea feliz ―dije.

―Señoras y señores, la tostada ha muerto... Jajajajaja ―bromeó Irene.


El recuerdo de la misteriosa chica de las fotos me enfadó, y mucho, así que interiormente decidí que sí, que me iba a follar a Denis, quizás así dejaría de ver a Robert como algo más que un amigo, pasaría página y podría seguir con mi vida igual que él.

―En fin... ¿Y me explicáis vosotras por qué finalmente nadie ha follado? Que no solo estaba yo en la fiesta...

―No sé. Por mi parte, ninguno me gustaba. José Luis era muy mono, pero algo lento o tontito, no sé... le faltaba chispa. El de Madrid iba muy de interesante. Al final, el más guay, el más mayor, pero nada, no había nada que hacer, el único que valía la pena era el tuyo, pedazo de puta. Y al Toni ese lo dejaste fatal, tía, iba de macho ibérico y lo hundiste en la mierda. ¡Jajajaja, verás cómo hoy en Ibiza la policía brilla por su ausencia! ¡Jajaja, podríamos atracar un banco que ni aparecen! ¡Los hemos asustado, nena! ―dijo Irene.

Todas reímos y estuvieron explicando con detalle los mejores momentos de la noche, realmente lo habíamos pasado bien.

Terminamos el desayuno. Daniela y Lucía decidieron irse de vuelta al apartamento, estaban cansadas. El día estaba nublado y querían dormir. El resto fuimos a Ibiza a pasar el día haciendo compras, solo nos quedaban dos días en la isla.

Llegamos al puerto y, aunque muchas de las tiendas estaban cerradas, compramos como si no hubiera un mañana y gastamos más de lo que nos podíamos permitir, para variar. Sobre las 14 h, muertas de hambre, nos sentamos en un bonito restaurante. Kat estuvo hablando de su nuevo proyecto de teatro; Jess de cómo estaba su situación con su marido/exmarido, se habían separado pero continuaban viviendo juntos, todo un drama; Elena, de un compañero de trabajo con el que se había enrollado pero que, por lo visto, era una decepción sexualmente hablando, ella quiere que la agarren del pelo y le den azotes, mientras que este, por el contrario, cuando están en la cama es más bien paradito, según Elena, se mueve a cámara lenta, lo comparó con un video que vio en Youtube: Sexo entre tortugas, dice que hace el mismo ruido extraño y pone la misma cara que una tortuga teniendo relaciones sexuales. Estaba muy decepcionada, quería un emperador y le tocó una simulación a cámara lenta.

Y así pasamos el día, ellas hablando de sus vidas mientras yo intentaba no mencionar a Robert. Me había propuesto hacerlo, esta vez de verdad.


De camino al apartamento llamamos a las chicas que habíamos dejado abandonadas, las recogimos y fuimos a ver la puesta de sol a la playa que nos quedaba cerca. No nos habíamos percatado de lo bonita que era. Estábamos solas y decidimos, pese al frescor del recién iniciado otoño y el atardecer, bañarnos desnudas mientras se ponía el sol. Cogidas de la mano, nos metimos en el agua y, como un aquelarre, realizando un extraño conjuro, nos sumergimos siete veces, un ritual para alejar todo lo malo y atraer cosas buenas. Al salir nos vestimos corriendo todavía mojadas. En ese momento, Kat dijo con esa voz entre profunda y sensual que pone cuando adopta su papel de sacerdotisa:

―Poned el pie derecho en el centro y daos la mano.

Así lo hicimos. Cerramos los ojos y Kat comenzó su oración a los dioses:

―Chicas, que todas las puertas para cada una se abran, que encontremos lo que estamos buscando en la vida. Cada una vibra en lo suyo. Una busca el amor, otra busca el amor propio, otra busca el éxito, otra busca una familia, otra quizás quiere dejar la familia y encontrarse a sí misma, otra busca aventuras, y quizás cada una de nosotras busca un poquito de todo esto, así que vamos a pedir al universo que nos dé mucha fuerza y salud para encontrar el equilibrio y obtener nuestros deseos más profundos, que el universo nos traiga mucha suerte para poder hacerlo real. Os deseo mucho amor y sobre todo amor propio y mucha danza, porque se nos prohíbe bailar, pero jamás nos podrán prohibir danzar, así que deseo que todas conectéis con vosotras mismas, con vuestros corazones, con la naturaleza y estemos más conectadas con nuestros cuerpos femeninos y no antepongamos todo lo demás, sean hijos, maridos, parejas o exparejas a nosotras mismas, sino que dejemos un espacio para cultivar la amistad y seamos agradecidas, porque cada día tenemos mucho que agradecer. Amén.

―Amén ―dijimos al unísono y nos fundimos en un inmenso abrazo.



 
 
 

댓글 2개


oscar_lacroix
2021년 3월 09일

Genial expresividad, forma de contarlo porque haces que lo vivamos a tope... Esperando más!!!!

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malditaintensa
malditaintensa
2021년 3월 09일
답글 상대:

Oscar mil gracias una vez mas, me hace muy feliz recibir tus comentarios ❤️❤️

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