Capítulo VI. El mensaje
- malditaintensa
- 28 ene
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Actualizado: hace 4 días

6:00 a.m. y, por supuesto, seguía sin poder pegar ojo. Me encontraba atrapada en un maldito bucle, mientras Denis me envolvía con sus fuertes y tatuados brazos. El mensaje de WhatsApp de Robert resonaba en mi cabeza una y otra vez. ¿Qué quería decir? ¿Qué era tan urgente como para enviar un mensaje de esas características a esas horas? ¿Por qué no había sido más concreto? No podría salir de dudas hasta que no hablara con él, pero la incapacidad de descansar y disfrutar del maravilloso momento que estaba viviendo por su culpa me enfurecía.
Una parte de mí no quería sucumbir a la tentación de responder, al menos no de inmediato; no quería que pensara que acudiría corriendo como una boba desesperada a la mínima que recibiera un mensaje suyo. Sin embargo, por otro lado, sabía que quizás no podría volver a dormir hasta resolver el enigma. Sí, si le contestaba sería por eso, no porque me importara tanto que necesitara hacerlo, sino porque mi vena, llamémosla curiosa o cotilla, necesitaba la respuesta. Es algo instintivo en mí: cuando no sé la respuesta a algo, debo averiguarla, cueste lo que cueste. No me refiero a chismes, ya que no me considero una persona muy entrometida, ni siquiera veo, me interesa ni sigo la vida de los famosos, pero sí soy curiosa y necesito tener respuestas a todas las cuestiones que se me plantean. Y aquello claramente era una cuestión que debía resolver. Uno no puede mandar un mensaje a esas horas y no explicar mínimamente qué sucede. Sentía demasiada curiosidad como para ignorarlo.
Empecé a vislumbrar unos pequeños rayos de luz a través de las cortinas, así que, con mucho sigilo, aparté el brazo de Denis que me rodeaba, cogí mi móvil de la mesita y, de puntillas y procurando no tropezar, fui al baño. Me senté en el borde de la bañera, respiré hondo y volví a leer el mensaje: “Necesito verte, necesito hablar contigo”. Esas palabras, que no decían nada, me sacaban de quicio. Comencé a dar vueltas por el baño pensando qué hacer, qué decir. Volví a mirar el teléfono y vi que Robert estaba en línea. Al verlo, reaccioné como si me hubieran dado un susto: di un pequeño saltito y lancé el móvil. Durante unos segundos estuvo dando tumbos de mano en mano hasta que, irremediablemente, cayó dentro del retrete.
—¡Mierda, joder, hostia puta! —farfullé entre dientes.
Metí la mano en el inodoro para rescatarlo, intentando retener las arcadas; si bien estaba limpio, no dejaba de ser el puñetero retrete. Lo saqué con dos dedos, mientras este goteaba, intenté con la otra mano alcanzar una toalla. Como no llegué, empecé a tirar del papel higiénico. Aproximadamente, quince minutos y un rollo de papel WC después, di por finalizado el secado. El teléfono parecía seguir funcionando, pero tenía pequeños pedazos de papel pegados y pensar en tener que ponérmelo en la cara después de haber estado sumergido en esas aguas me daba un asco tremendo.
Abrí un armario en busca de alcohol, hidrogel o algún sucedáneo de estos, pero lo único que encontré fueron unas planchas rosas de pelo. Imaginé que pertenecerían a su difunta mujer. Luego recordé que tenía una hija y me hizo gracia imaginarlo planchándole el pelo a su pequeña, cual papasito sexy. Sin darme cuenta, comencé a abrir todos los cajones y puertas de los muebles del baño. Quiero dejar claro que esto no demuestra que sea cotilla; aquello era simplemente curiosidad. Quería saber si guardaba más cosas de ella. No es que me molestara, lo veía totalmente normal. En casa de mi madre aún está la máquina de afeitar de mi padre en el baño; verla ahí me daba sensación de paz, como si él siguiera necesitándola. Sentía que, de algún modo, él seguía ahí.
Saqué varios botes que tenía en el mueble de debajo del lavabo, ya que al “curiosear” esa zona me pareció ver algo en el fondo también de color rosa. Cuando finalmente pude ver lo que era, un bote de crema corporal de Rituals, que abrí y evidentemente olfatee, al hacerlo comencé a sentirme tremendamente mal. ¿Qué estás haciendo, Julieta?, pensé. Coloqué todo lo que había sacado en su respectivo lugar, cogí el móvil y traté de salir de allí, rezando porque Denis no se hubiera percatado de mi extraña y larga ausencia en el baño.
Conseguí tumbarme a su lado, eso sí, sin apenas respirar para causar el menor movimiento y ruido posible. Cuando mi cuerpo, por fin, quedó extendido por completo, puse mi cara sobre su pecho, le pasé el brazo derecho por encima y cerré los ojos un segundo. En ese instante, sentí un cariñoso beso en mi cabeza. Instintivamente miré hacia arriba; él suavemente colocó el pelo que caía sobre mi cara detrás de mi oreja.
—¿Todo bien, princesa? —preguntó con su voz profunda y cálida.
—Sí, sí, tranquilo —respondí, sintiendo que mi corazón se aceleraba. ¡Mierda, se ha dado cuenta!
—Te he echado de menos. ¿Necesitas algo?
—No, es que me ha despertado un WhatsApp y… era mi madre, y no quería despertarte, así que me fui al baño a responder. —Sonaba a excusa barata, pero era lo único que podía ofrecer.
—¿Está bien? ¿Le pasa algo?
—Sí, sí, no era nada importante.
—Vale, preciosa.
¿Qué estás haciendo?, pensé. ¡Le he mentido! Llevábamos como pareja doce horas y ya le había mentido. No podía creer que estuviera iniciando una relación con el hombre más maravilloso del mundo y que ya estuviera comenzando a mentirle antes siquiera de las veinticuatro horas.
—Amor, perdona, no era mi madre —salió de mi boca de repente.
Me incorporé; él puso un brazo detrás de su nuca y, mientras yo comenzaba a hablar al ritmo imparable pero raramente comprensible de “Scatman”, él escuchó sin apenas inmutarse.
—Era un mensaje de Robert. No sé por qué te dije que era mi madre; quizás porque no quería que pensaras nada raro. Y es que realmente no es nada raro. Bueno, no sé qué es lo que quiere, pero me ha dicho que necesita hablar conmigo. —Lo suavicé un poco; eso no es mentir. —En fin, que al ir al baño a responderle se me ha caído el móvil al retrete. He tenido que meter la mano allí, y entonces he intentado secarlo y limpiarlo. No sé cómo he terminado curioseando todo tu baño. Creo que fue al ver las planchas de pelo, que imagino serán de tu mujer… algo lógico. Pero no sé por qué abrí todo. He mirado todo lo que tienes en los armarios. ¡Y ahora me siento fatal! Fatal y sucia, sucia por meter la mano en el retrete y mal porque yo no suelo hacer esas cosas. De verdad que no soy así. Para empezar, odio las mentiras, y yo ¡te estaba mintiendo! Por vergüenza, claro, ¿a quién no le daría vergüenza ese comportamiento? Pero es que tampoco soy de cotillear ni de mirar los cajones de nadie. De verdad que lo siento mucho, de verdad.
Denis sonrió, se sentó y dijo:
—¿Quieres un café?
—Emmm, vale.
Me besó, se levantó de la cama, se colocó los calzoncillos y se dirigió hacia la cocina sin decir nada. Tres segundos después, di un salto de la cama, me puse la camisa blanca de Denis que había quedado tirada en el suelo en el furor de la noche y fui a la cocina, con cara de no haber roto nunca un plato y menos de haberle realizado un escáner completo a su baño.
—Lo siento —dije, mordiendo el botón de la manga de la camisa.
—Me encanta cómo te queda —comentó.
—¿Cómo me queda?
—Sí, mi camisa. Te queda mejor a ti que a mí. Es más, creo que deberías quedártela o, mejor aún, debe ser tuya. Pero debes guardarla aquí; así, siempre que quieras ponértela, tendrás que estar conmigo. Y cuando no estés y la vea, me acordaré de lo bonita y sexy que estás con ella.
El preparándome el café, descalzo en boxers, sí era sexy, pensé. Me acomodé en un taburete y, una vez más, le dije que me sentía avergonzada por mi comportamiento.
Entonces, sirvió el café, se sentó en el taburete que quedaba libre, dio un pequeño sorbo y continuó hablando:
—Sé que tengo que descubrir aún muchas cosas de ti, al igual que tú de mí, pero te aseguro que todo lo que veo me encanta. Bueno, no, odio que estés todo el tiempo pidiendo disculpas. La confesión instantánea que has hecho dice mucho más de ti que la locura que te ha sucedido en el baño. Lo único que lamento es habérmelo perdido. Eres intensa, joder, sí, pero ¡bendita intensa! No te preocupes tanto por todo, no te cuestiones tanto ni te juzgues a ti misma. Todo el mundo curiosea en los armarios de los baños ajenos, y tú lo cuentas como si fuera un pecado mortal. Mira, pequeña, puedes abrir todos los armarios que quieras y, sí, verás varios objetos de Candela, mi mujer. Guardo muchas cosas de ella y tengo fotos por toda la casa.
—Eso es lógico —interrumpí. Es tu mujer y la madre de tu hija; lo extraño sería que no lo tuvieras.
—Exactamente. Así que, si eso es lo que te preocupa, olvídalo. Pero ya puestos a ser sinceros, con tu ex, tu amigo o lo que sea que fuera, o que es, me parece que este chico aún te duele, y siento que quizás te haga dudar sobre mí, sobre nosotros. ¿Me equivoco?
—En parte, claro que me duele y lo hará siempre, imagino. Pero también pienso que con el tiempo ese dolor se irá difuminando. Quizás es que todo es muy reciente, o puede que sea por eso que dicen que un "casi algo” duele más que un maldito amor de años, pero evidentemente siempre voy a querer que esté bien. A la pregunta de si tengo o no sentimientos hacia él, la respuesta es sí. Pero son sentimientos de cariño por la relación que hemos tenido y porque aún tenemos una amistad, o eso creo… Quizás no suene bien lo que estoy diciendo, pero sé que se ha acabado. Sobre ti, sobre nosotros, no tengo dudas. Miedo, sí, mucho, porque hace nada salí de una extraña relación, porque me siento muy perdida en este momento de mi vida, pero sobre todo porque me pareces el hombre más increíble que he conocido jamás, y apareces en mi vida en este momento, en el peor, diría yo… y eso me aterroriza. No quiero cagarla contigo, y algo dentro de mí dice que terminaré fastidiándola. Tengo miedo de que mi intensidad asuste a la gente. Robert se alejó por eso, y ahora me pregunto si tú también lo harás. No tengo miedo de ti, sino de mí.
Denis se acercó, clavando sus preciosos ojos azules en mí, y dijo: "No me asusta tu intensidad, me fascina".
—El momento perfecto es ahora. Siempre hay algún motivo por el cual las personas aparecen en el preciso instante en el cual lo hacen; estoy seguro de que por algo nos habremos conocido cuando nos hemos conocido y de la manera en que lo hemos hecho.
Déjame cuidarte, princesa, ya te he dicho que si me dejas voy a hacerte muy feliz, por lo menos ese es mi objetivo; mil rosas están por llegar, solo deja que pase y así será.
Las charlas con Denis eran más que simples conversaciones; eran un refugio, un espacio donde, sin importar el caos que me rodeara, podía encontrar un poco de claridad. Sus palabras siempre parecían sacadas de un manual de autoayuda, como si tuviera una sabiduría innata para poner orden en mis pensamientos desordenados. El tono en que hablaba, suave y medido, me daba la sensación de que, por fin, alguien ponía paz en mi caótica vida. Pero esta vez, por más que tratara de escuchar sus consejos, algo seguía dándome vueltas en la cabeza, y sonaba como un martillo golpeando el mismo punto débil una y otra vez: “La vas a cagar, pero bien”.
Como en un infinito, una curva en la que me encuentro atrapada, una espiral de pensamientos y dudas que no puedo deshacer, pero que me arrastra con fuerza.
¿Por qué todo lo que toco se convierte en un lío? No podía evitar preguntarme si siempre había estado condenada a repetir los mismos errores, a caminar por una senda sinuosa de caos y confusión, una y otra vez. Una y otra vez… como un ciclo interminable que no podía romper.
Y sin embargo, algo dentro de mí siempre se niega a rendirse, a dejar que el miedo me paralice. Quizás, como un cubo de Rubik, soy compleja, un enredo de piezas que no encajan, pero que, con paciencia y el enfoque adecuado, podrían formar una imagen coherente. O tal vez no. Tal vez la respuesta no está en encontrar las piezas que faltan, sino en aceptar que algunas cosas simplemente no encajan y aprender a vivir con ese desorden.
De todas formas, lo que sabía es que, mientras Denis me hablaba, mientras sus palabras me envolvían, me sentía como si estuviera de alguna manera buscando algo que jamás encontraría, algo que yo no soy capaz de alcanzar. Quizás la clave está en simplemente dejar de buscar y empezar a vivir. ¿Pero cómo? ¿Cómo hago eso cuando ni siquiera sé quién soy en este preciso momento?
Después de un desayuno que, a pesar de la serenidad que intenté crear, se sintió como una sesión matutina con un sexy y semidesnudo terapeuta. Denis me llevó de vuelta a casa. Ya podía sentir el peso de todo lo que había sucedido presionando mi estómago, como si me estuvieran agarrando las entrañas desde dentro, hacia algo que aún no lograba comprender por completo. No veía el momento de llegar y llamar a Lara para ponerla al tanto de todo lo que había sucedido. Ella conocía mis oscuros secretos y mis días más brillantes, siempre había estado ahí, escuchando sin juzgar, dispuesta a tomar el café o una botella de vino, con una sonrisa y un “te entiendo” cuando yo lo necesitaba.
Antes de siquiera cruzar el umbral de la puerta, marqué el número de Lara, la llamada fue directamente a buzón. Ninguna respuesta. Pensé que tal vez estaba ocupada, o quizás con alguna emergencia, así que llamé a Victoria por si, al ser la mejor amiga de Robert, podría tener información sobre el misterioso menaje que me envió con nocturnidad y alevosía. Nada. mismo resultado que con Lara. Una frustración sorda empezó a subir por mi garganta, acompañada de una ligera punzada de inquietud. Victoria siempre había sido la racional, la que ponía las cosas en perspectiva, la que sacaba la calculadora y sumaba o restaba cuando mi cabeza era un torbellino. Pero, al no obtener respuesta, mi frustración fue en aumento.
Mis nervios y el peso de la soledad en esos momentos me golpearon fuerte. Estaba atrapada en este laberinto de emociones, y las únicas personas que realmente podían entenderme parecían haber desaparecido de un momento a otro. ¿Qué hacer cuando las voces de apoyo desaparecen? La ansiedad comenzó a arrastrarme hacia un lugar oscuro y solitario, donde me sentí completamente perdida. No podía quedarme ahí esperando. El tiempo era un lujo que no podía permitirme, y la paciencia no es algo que me caracterice; necesitaba respuestas y las quería ya.
Miré el teléfono en mis manos, buscando una opción, buscando respuestas donde solo había el sonido del buzón de voz. Y entonces, como si todo hubiera encajado en su lugar, me di cuenta de que solo había una persona más a la que podía recurrir. Un nombre que rondaba en mi mente desde el momento en que todo se desmoronó con un simple WhatsApp: Robert. Mi respiración se aceleró cuando, sin pensarlo, marqué su número. Ya lo había hecho en otras ocasiones, pero no era lo mismo. No tenía idea de lo que había querido decirme en aquel mensaje y nadie mejor que él podría resolver el enigma.
El teléfono sonó tres veces antes de que escuchara su voz, firme, clara, casi como si me hubiera estado esperando.
—Hola, nena.
—Hola, ¿todo bien? Leí tu mensaje y me olvidé de responder. Dime, ¿qué querías decirme?
—¿Podemos vernos?
—¿¡Ahora!?
—Sí, sí, si es posible. Voy un segundo a tu casa. Si no, cuando me digas...
—No, está bien, pero dame un rato. No sé, ¿nos vemos en una hora?
—Perfecto, nos vemos en tu casa.
Colgué, sintiendo cómo la ansiedad comenzaba a acumularse en mi pecho. Sabía que debía prepararme para la conversación que se avecinaba. La curiosidad me estaba matando; recordé palabras de Denis: “No te cuestiones tanto, ni te juzgues a ti misma”.
Tomé una ducha, intentando sumergirme en la calidez del agua como un refugio para calmar mis pensamientos. Pero mientras el agua corría por mi cuerpo, los recuerdos invadieron mi mente, y no pude evitar pensar en cómo tantas veces Robert había estado ahí, tocando mi cuerpo como ahora lo hacía el agua, acariciándome y sumergiéndose en mí. Recordé sus manos, fuertes y firmes, su piel cálida contra la mía y el susurro de su aliento en mi oído. Fue un segundo, solo un segundo, pero fue suficiente para que mi cuerpo respondiera, como si todavía pudiera sentirlo todo.
El agua parecía volverse más caliente, más intensa, como si estuviera tratando de ahogar esos pensamientos, pero fue en ese instante cuando el calor en mi pecho se volvió insoportable. Sobresaltada, apagué el grifo, sintiendo que el aire frío de la habitación me golpeaba con fuerza. Estaba empapada, pero no de agua, sino de sensaciones y recuerdos.
“¿Qué demonios me está pasando?”, me pregunté a mí misma, con la mente aturdida. Pensar en Robert ahora, en este preciso momento, no solo era inapropiado, sino peligroso. Había algo en él que seguía siendo un enigma, algo que ni siquiera yo lograba descifrar completamente. Y, sin embargo, me encontraba allí, atrapada en su imagen, en su voz, en sus caricias. Pero ahora no podía permitirme ese desliz mental, no podía permitirme caer en la tentación de pensar que, tal vez, lo que compartí con él en el pasado aún existía en alguna parte de mí.
Sacudí la cabeza y traté de despejarme. Salí de la ducha, me envolví en una toalla y me miré al espejo. Mi reflejo no me decía nada que no supiera ya, pero los ojos que me miraban estaban llenos de preguntas sin respuesta. ¿Qué era lo que realmente quería en este momento? ¿Qué quería de Denis? ¿Qué buscaba en mí misma? ¿Qué sentía aún por Robert?
Secándome el cabello, volví a pensar en lo que había compartido con Denis. Había algo en él, en sus palabras, que despertó algo dentro de mí. Denis había sido claro y directo, pero a la vez suave y empático, siempre tan perfecto, siempre sabiendo qué decir en todo momento, eso mismo era una de las cosas que más inseguridad me causaba. Él parecía que sabía exactamente lo que necesitaba escuchar. Y yo apenas sabía qué hacer conmigo misma. Y aunque la idea de empezar algo nuevo me aterraba, también había una chispa, una pequeña luz en mi corazón que comenzaba a brillar con algo de esperanza. Quizás este nuevo comienzo con él, con todo lo que implicaba, podría ser lo que necesitaba para salir del lío emocional en el que me encontraba. Pero no podía ser tan impulsiva, tan inconsciente. Sabía que, para dar ese paso, debía primero aclarar lo que realmente pasaba con Robert.
Por alguna razón, todavía no había logrado soltar completamente lo que compartí con él. No era el sexo, eso solo era una parte de lo que había sido, quizás la conexión, la amistad, el saber que nadie más conocía tanto de mí como él. La forma en que su presencia me envolvía, la forma en que me hacía sentir viva, aún cuando lo que había entre nosotros era tan confuso.
Pero había una cosa que estaba clara: No podía avanzar sin antes enfrentar la verdad. Y esa verdad solo la podía encontrar teniendo esa conversación con Robert. Necesitaba saber qué quería de mí y, más importante aún, qué quería yo de él.
Tomé una respiración profunda, como si tratara de expulsar de una vez por todas las dudas que se habían aferrado a mi pecho. Miré nuevamente mi reflejo en el espejo, esta vez con más determinación. Ya no podía seguir viviendo en este limbo emocional. Tenía que tomar decisiones, enfrentarme a mis miedos y mis deseos, y aunque no sabía qué pasaría, no podía seguir postergándolo.
Me vestí rápido, sin muchas ganas de pensar en lo que vendría después, pero sabiendo que algo tenía que cambiar. Al final, todos los caminos parecían llevarme a la misma encrucijada: Robert y lo que quedaba de lo nuestro. Y, quizás, Denis, con su nueva propuesta de un futuro que ni siquiera entendía completamente, pero que al menos parecía ofrecerme un respiro.
Hoy, finalmente, tendría que enfrentar todo eso.
El encuentro con Robert podría cambiarlo todo, y no podía dejar que mis inseguridades interfirieran. Debía ser fuerte, no solo por mí, sino también por Denis. Sabía que él se merecía mi sinceridad y mi compromiso, así que no podía permitir que el pasado me arrastrara, y los pensamientos de Robert acriaciando mi cuerpo, aun menos.
El reflejo que me devolvía el espejo era una imagen un poco desaliñada, pero eso no me importaba en ese momento. ¿O sí? Quería ponerme guapa, quería que Robert me viera y pensara. “Dios mío, ¿qué he hecho?”.
Me apliqué un poco de rímel y un toque de brillo en los labios, sintiendo que la pequeña transformación me daba un impulso de confianza. Le envié un mensaje para quedar en una cafetería cercana que a ambos nos encantaba y así no sentirme atrapada con él en mi casa como si volviéramos al confinamiento que nos unió.
Tomé mi bolso y salí, dirigiéndome hacia el café. Las calles estaban empezando a llenarse de vida, y el aire fresco de la mañana me llenó de energía. A medida que me acercaba al lugar, mis pensamientos se agolpaban en mi mente: ¿Qué querría decirme? ¿Por qué había insistido tanto en verme?
Al llegar, vi a Robert sentado en una mesa en la esquina, con una expresión seria. Tenía el pelo despeinado y parecía haber estado despierto toda la noche. Cuando me vio, se levantó y me saludó con un gesto, pero su mirada reflejaba una mezcla de confusión y nostalgia.
—Hola, Julieta —dijo, mientras yo tomaba asiento frente a él.
—Hola, Robert. ¿Qué pasa? Leí tu mensaje y me dejaste un poco preocupada.
Él asintió, pasando una mano por su cabello.
—Lo sé, lo siento. No quería alarmarte. Necesitaba verte porque hay algo de lo que tengo que hablar contigo. Algo importante.
Sentí que mi corazón latía con fuerza. La seriedad de su expresión no auguraba nada bueno.
—De acuerdo, cuéntame —le insté, tratando de mantener la calma.
Robert respiró hondo, como si estuviera organizando sus pensamientos.
—He estado pensando en nosotros, en lo que pasó. Te confieso que he estado conociendo a una chica. Bueno, creo que ya lo sabías. Es una buena persona, pero… hay algo que me detiene. A veces me acuerdo de ti, de lo que compartimos, y no sé si estoy haciendo lo correcto.
Mis manos se tensaron en la mesa. La revelación de Robert me tomó por sorpresa. ¿Él también estaba en una situación similar a la mía?
—Robert, yo… —Comencé, pero él me miró con intensidad.
—Déjame terminar. La verdad es que me siento un poco perdido. Quiero avanzar, pero al mismo tiempo, no puedo evitar recordar lo que tuvimos. Contigo me he sentido inseguro y confuso, algo que jamás me había pasado con nadie. Siempre me he considerado un hombre seguro de mí mismo, pero contigo, por algún motivo, no es así y ahora me pregunto si tomé la decisión correcta al dejarlo todo atrás. A veces siento que me estoy lanzando a algo nuevo sin haber cerrado del todo la puerta contigo.
Lo miré fijamente, sintiendo cómo la presión en mi pecho aumentaba. Había algo reconfortante en saber que no era la única que se sentía así, pero también creía que era un momento crucial para ser sincera.
—Robert, aprecio que seas honesto conmigo. También he estado lidiando con mis propios sentimientos. Yo también he conocido a alguien, Denis, y aunque estoy intentando abrirme a algo nuevo, el pasado aún me pesa. No quiero que te sientas culpable por explorar otras opciones; es más, quiero y deseo por todos los medios que seas feliz, pero aún me fastidia que decidieras ser feliz sin mí. Me ha costado mucho avanzar y aún me cuesta. Puede que no tuviéramos una relación como tal, pero siempre me quedaré con las ganas de haberlo sido todo contigo.
Robert asintió; su expresión se suavizó un poco.
—Entiendo. No quiero que pienses que estoy aquí para complicar las cosas, pero a veces me siento confuso sobre lo que realmente quiero.
Asentí, sintiendo un nudo en el estómago. La conversación se estaba volviendo más profunda de lo que había anticipado.
—Es difícil para mí también. Estoy tratando de encontrar mi camino y, aunque Denis es alguien que me interesa, aún estás en mis pensamientos y me cuesta mucho ignorar eso.
—No digas su nombre, por favor —dijo en un murmurio.
—Entonces, ¿qué hacemos ahora? No quiero que esto se convierta en una carga para ninguno de los dos. Tal vez deberíamos darnos un espacio y ver cómo evolucionan las cosas.
La idea me hizo sentir algo así como un vacío. No quería perder a Robert y cada vez que hablaba con él, sentía que lo perdía una vez más, pero a la vez sabía que era lo que debíamos hacer.
—Quizás eso sea lo mejor. Pero quiero que sepas que siempre estaré aquí si necesitas hablar o aclarar tus sentimientos. Te aprecio mucho y no quiero que se pierda nuestra amistad, aunque entiendo que tengamos que distanciarnos, espero que esto no sea permanente.
Hablamos durante algo más de una hora en aquel café y cuando dimos por finalizada la conversación, Robert se levantó y pagó la cuenta; salimos del local y comenzamos a caminar el uno junto al otro; bromeamos, no recuerdo con qué, y por unos instantes volvimos a ser esos dos amigos que se habían reencontrado después de tantos años. Su mirada había cambiado una vez más. Volví a ver al Robert de siempre, a mi amigo con el cual pasé unos meses muy intensos y divertidos. Llegamos a la puerta de mi casa.
—Julieta —cambió el tono al decir mi nombre. ¿Quieres que pase un rato?
Sabía perfectamente lo que él quería decir. Lo conocía demasiado bien como para no saberlo, y sabía que ambos lo queríamos. La atracción, la historia compartida, todo eso se palpaba entre nosotros. Mi cabeza luchaba contra mi cuerpo, que reaccionaba de manera visceral a su cercanía, a la intensidad de su mirada.
—No sé qué hacer —admití, con la garganta apretada. —Pero no puedo seguir viviendo en dos mundos, Robert. No puedo seguir con esto.
El silencio que siguió fue tenso, denso. Estábamos demasiado cerca para no escuchar los latidos de nuestros corazones, los mismos latidos que se alineaban como un eco entre nuestros cuerpos. De repente, sentí cómo sus manos se posaban en mis hombros, con suavidad, pero con firmeza; entonces, con una de ellas, con un gesto en mi barbilla, subió mi cabeza, me miró fijamente y casi con una súplica en sus ojos.
—Julieta… —murmuró, y su voz tembló ligeramente. No puedo dejar que te vayas.
Me besó.
El primer roce de sus labios sobre los míos fue tan familiar como doloroso, un torrente de emociones que me atravesó por completo. Su sabor, su calidez, me trajo de vuelta recuerdos que no había querido revivir, recuerdos de una relación que nunca fue completa, pero que marcó mi vida de una manera imposible de olvidar. Aquel beso no era solo un beso, era una corriente imparable de sensaciones encontradas.
Al principio, fue suave, casi como un suspiro que se deslizaba entre nosotros. Un roce tímido que hablaba más de lo que realmente quería decir, como si, en ese instante, ambos estuviéramos temiendo lo que vendría después. Pero a medida que sus manos se deslizaron por mi espalda, esa suavidad se transformó en algo más profundo, más urgente. Sentí que mi mundo se derrumbaba bajo la intensidad de sus besos, y con cada milímetro que sus dedos recorrían mi piel, mi corazón latía más rápido, desbordado de emoción.
Me paralicé por un momento, como si todo lo que había construido en mi vida desde que lo dejé atrás estuviera a punto de desmoronarse. Mis pensamientos eran un caos. ¿Cómo podría estar pasando esto? ¿Qué significa? ¿Era un cierre o un reencuentro? Mi mente iba tan rápido como un río desbordado, fluyendo con pensamientos e ideas que chocaban entre sí, buscando el cauce correcto.
Sus labios eran como un ancla que me mantenía aferrada al pasado y, al mismo tiempo, un puente hacia un futuro incierto. Pero no podía evitar preguntarme: ¿Qué había cambiado entre nosotros?
El beso se intensificó, y mis manos, moviéndose por su pecho, encontraron la misma familiaridad en su cuerpo. Pero también sentí un dolor creciente, como si todo lo que había guardado dentro de mí durante tanto tiempo estuviera escapando sin que pudiera detenerlo. Mi pulso temblaba, mi respiración se volvía más intensa. Era como si cada beso fuera una batalla, una guerra entre lo que deseaba y lo que sabía que debía, o mejor dicho, no debía hacer.
Ese momento fue el desencadenante de algo que no pude controlar. Mientras sus labios se deslizaban con suavidad, casi con una desesperación contenida, su cuerpo se acercó al mío con una urgencia que no era solo física, sino emocional. Todo lo que había callado, todo lo que había guardado dentro de mí, salió a flote con cada roce de su piel.
Me sentí a la vez perdida y encontrada, como si nunca nos hubiéramos separado. El deseo y el arrepentimiento luchaban por tomar el control, pero lo que sentía por él era tan innegable como todo lo que habíamos compartido en el pasado. No podía dejarlo ir, no ahora, no así.
Casi en un acto reflejo, como si el momento lo dictara. Nos dirigimos hacia mi casa sin palabras, como si el silencio entre nosotros fuera la respuesta a todas las preguntas no realizadas.
Al abrir la puerta, no hubo necesidad de explicaciones. Sabíamos lo que estábamos buscando: una conexión profunda, una que trasciende las palabras. La tensión acumulada,
Me sentí increíblemente vulnerable al ver cómo él me miraba, no solo con deseo, sino con una cierta ternura que me hizo cuestionar todo lo que había decidido sobre nosotros. ¿Por qué nos habíamos dejado ir? ¿Cómo pudimos llegar a este punto?
Pero entonces sus manos, me despejaron de esas dudas. Con un solo gesto, me mostró que todo lo que estaba pasando no era solo físico, no era solo una reacción instintiva. Era más que eso. Era una respuesta emocional; el río desbordado había encontrado su cauce entre mis piernas, estaba tan sumamente mojada que hasta él mismo se sorprendió al notarlo, pero a la vez lo enloqueció. Metió dos de sus dedos dentro de mí mientras con la otra mano agarraba firmemente mi cuello y, mientras movía sus dedos con determinación, buscaba la respuesta ocasionada en los gestos de mi cara. Parecería revisar cada una de mis expresiones, de mis gemidos.
Mientras nos despojábamos de las barreras físicas y emocionales que aún nos quedaban, pude sentir cómo el deseo se entrelazaba, como si cada beso, cada roce y después cada embestida fuera una confesión silenciosa de lo que nunca nos habíamos dicho.
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