top of page

Capítulo V. EL

  • Foto del escritor: malditaintensa
    malditaintensa
  • 23 abr 2021
  • 29 Min. de lectura

Actualizado: 25 abr 2021



La primera semana sin trabajar ordené un poco mi vida y el caos que había en ella. El lunes a primera hora fui a firmar la baja. Después de disculparme por mi descarada huida, el Sr. Roig, al parecer, se apiadó de mi situación e imagino que de mi oscuro futuro, así que arregló la documentación para que pudiera cobrar el paro, una suerte para mí, ya que de ese modo dispondría de un sueldo y podría dejar el tema de la prostitución por el momento, todo un alivio. ¡Cobraría un sueldo! Menor obviamente, pero cubriría gastos, y con los ahorros que tenía podría subsistir una temporada. Esto me daba el margen necesario para aclarar mi vida y pensar qué era lo que quería hacer con ella.

El martes decidí hacer limpieza en casa. Siempre he pensado que si tienes tu casa desordenada, es porque tu vida esta desordenada. Hice limpieza en todas las estancias de mi pequeño pero lindo hogar. Mientras limpiaba tiré a la basura objetos que había ido acumulando con el tiempo, cosas que no me servían de nada pero que por los motivos que fuera guardaba, ahora ocupaban un espacio vital. El piso al que me había mudado con Noah cuando regresamos al barrio de mi juventud era de dimensiones diminutas, 50 metros justos, pero tenía lo necesario para ambos: dos habitaciones, un baño, cocina, comedor y una pequeña terraza. Solo rezaba porque no nos volvieran a confinar, imaginar tener que soportar otro encierro en un lugar de tan escaso espacio me daba pánico.

Al llegar a mi habitación, decidí que al día siguiente haría algo parecido con mi armario, había pasado de tener un vestidor solo para mí a un armario de tres puertas, eso fue, sin duda, lo que peor llevé al mudarme, ¡no tenía sitio para nada! ¿Cómo una persona normal puede meter toda su ropa en un armario? ¿Y esas parejas que lo comparten? Jamás lo entenderé.

En mi iniciado proceso de cambio de vida, pasaba las noches leyendo, ya que no dormía demasiado. Había leído algo sobre el desapego que decidí poner en práctica. Se supone que algo que no has usado en los últimos tres años es casi seguro que no lo volverás a usar jamás. Guardaba ropa que me había puesto una única vez en algún evento hacía como diez años; eran cosas bonitas que no pasaban de moda y que me recordaban a aquel acontecimiento, las conservaba pensando que, quizá, algún día, me las volvería a poner. Sabía que no sería nada fácil deshacerme de algunas prendas, pero quería ponerlo en práctica. Acabábamos de entrar en el otoño, así que pensé que era el momento idóneo por el cambio de armario.

El miércoles, como había acordado conmigo misma, después de dejar a Noah en el colegio me preparé mentalmente leyendo frases de despego para motivarme: «El desapego no consiste en no poseer nada, sino en que nada te posea a ti», Ali Ibn Abi Talib; «El volumen de tus equipajes suele ser equivalente al de tus apegos», Rafael Vidac; «Los apegos son anclas que impiden el crecimiento mental, personal y profesional», Edith Cervantes.

Comencé por bolsos y zapatos, pensé en conservar alguno solo por el simple hecho de estar nuevos, pero haciendo caso de los consejos de Victoria, hice varios montones: uno de cosas para tirar, otro de cosas que no usaba pero que estaban en perfectas condiciones y el último, de esto me lo quedo sí o sí. A medida que sacaba ropa y complementos, me di cuenta de que realmente conservaba demasiadas cosas, al igual que hacía con mis sentimientos. Me sentía muy anclada a los recuerdos, vivía centrada en el pasado, no podía desprenderme de él y, si no te deshaces de tu pasado, sean personas, sentimientos o bolsos, no dejas lugar ni espacio para que otras nuevas entren.

Pasé el día amontonando todo aquello de lo que creía que debía desprenderme, guardé lo que realmente consideré necesario, tiré todo a lo que sabía que le había llegado su hora y esperé a ir a buscar a Noah para decidir qué hacer con el montón de no lo uso pero está en perfectas condiciones.

Sobre las 17 h, después de recoger a los peques del colegio, Lara y Victoria vinieron a casa para ayudarme. Quería donar algunas cosas, pero no creía muy conveniente donar ciertos «putivestidos» a la Iglesia, así que me hicieron un perfil en Vinted y los pusimos a la venta, me desharía de ellos y de paso sacaría unos euros que obviamente utilizaría para invitarlas a una cena. Al terminar y ver tan despejado mi armario, sentí que realmente me había quitado un peso de encima.

Entre Denis y yo todo fluía desde la distancia. Para mi sorpresa, continuaba queriendo hablar conmigo después de haberle hablado de Robert, de mi situación laboral, de mi desastrosa vida y, para colmo, después de haberle enviado aquel dichoso audio de borracha empedernida. No entendía muy bien qué veía en un ser como yo, pero nuestras conversaciones diarias se convirtieron en mi bote salvavidas, parecía que mi desastrosa vida le resultara... No sé, ¿intrigante?, ¿graciosa? Puede que él tuviera una vida demasiado tranquila, quizás hasta aburrida, debía de ser eso porque no le encontraba lógica, cualquier persona hubiera salido huyendo, pero imaginaba que siendo así, las peculiares situaciones que caracterizaban mi vida cotidiana podrían resultarle divertidas. Por mi parte, Denis hacía que sintiera una extraña paz interior. Su manera de hablar, de razonar, su educación y su personalidad tan tranquila parecían equilibrarme. Cada noche me llamaba y hablábamos durante un rato, me enviaba algún que otro mensaje de buenos días, qué tal estás... y siempre me recordaba que en breve vendría Barcelona y que tenía muchísimas ganas de verme.

El viernes por la mañana Denis me confirmó la fecha: llegaría a Barcelona en una semana y se quedaría quince días. ¡No me lo podía creer!, no pensaba que su llegada sería tan inminente. La noticia me alegró.

Aquel fin de semana tenía planeado ir a Sitges a casa de mi amiga Irma. Inicialmente pensaba salir para allá nada más dejar a Noah en el colegio. Hacía lo que fuera para mantearme ocupada y no quedarme sola en casa, pero como me sentía algo mejor, decidí ir el sábado por la mañana y tomarme el viernes para mí: leer, descansar, un baño relajante y puede que ver alguna película.

Me metí en la cama con el portátil mirando las novedades de Netflix y me topé con un documental sobre las redes sociales. Era temprano y pensé que estaría bien verlo, después ya me pondría alguna película. Estaba absorta en el documental cuando empezaron a llegarme varios mensajes de WhatsApp. Era Brenda, una antigua compañera de colegio y amiga desde la infancia.

―«¿Se puede saber quién es esta?». ―En el mensaje había una foto adjunta de una chica.

―«Es una captura de una historia de Robert, está cenando por ahí con una chica. ¿Sabes quién es?».

Mi respuesta fue:

―«Bueno, puede que sea una amiga, pero hace unos días me dijo que está conociendo a alguien, así que posiblemente sea ella».

―«No te habrá dejado por ella, ¿no?».

―«No, lo nuestro terminó por otros motivos».

―«Pues para subir una historia con ella sabiendo que lo vas a ver, querrá decir que es serio, ¿no?».

―«¡Joder, Bren! No lo sé, y, por favor, no quiero que me mandes nada de él, tiene derecho a hacer su vida, yo también lo hago, pero, aun así, no quiere decir que no me duela, así que prefiero no verlo».

Siguiente wasap, esta vez era Marta, una amiga del barrio. Nos conocía a ambos, pese a ser más amiga mía que suya.

―«¿Estás bien? ¿Has visto las historias de Robert?».

―«Hola, nena… No, no lo he visto». ―Al igual que Brenda, me adjuntó una captura de pantalla―. «Ya me han enviado captura, no hace falta que me enviéis nada, no estamos juntos, puede hacer lo que quiera».

―«¿Pero estás bien seguro? Si necesitas hablar, aquí estoy».

―«Sí, hasta que me habéis enviado las fotos estaba bien».

Tercer wasap consecutivo hablando de la dichosa historia: de Mia, una chica que hacía poco que conocía, pero nos habíamos hecho muy amigas en poco tiempo, quizás por ser tan intensa como yo, o incluso más. Vivía en el barrio y era amiga de Victoria.

―«Tíaaaaaaaa, qué fuerte, qué fuerte, ¿has visto las historias de Robert?».

―«Sí, bueno, no por mí misma, pero me lo han dicho y me han enviado varias capturas».

―«Bueno, si hay que odiarla, la odiaremos y siempre diremos que tú vales más. Lo sabes, ¿verdad?».

―«No hace falta, nena. Además eres mi amiga, ¿qué vas a decir...? Bueno, te dejo, estoy viendo un documental. Un beso», dije para cortar la conversación.

A medida que la noche transcurría, me llegaron un par de advertencias más, amigas que habían visto sus historias y veían el hecho de que hiciera publicaciones con ella como algo horrible por su parte, mensajes a los que yo respondía de la misma manera: «Él me lo ha contado, es normal, tiene derecho a seguir con su vida, merece ser feliz, etc., etc.». Intentaba por todos los medios no derrumbarme, mantenerme fría, racional, impune a todos esos comentarios, pero no pude volver a concentrarme en el documental, solo pensaba en nuestro último abrazo, nuestro último beso… Así que sucumbí a mis peores deseos y miré por mí misma sus historias. Había varios videos del restaurante y la cena, e imaginé que después de eso irían a casa de él, o de ella quizás, a terminar la velada. Ya no pude dejar de pensar en lo que habría sido y sería esa noche para ellos: la cena, una copa…, dos y después... Mi maldita imaginación super desarrollada me enviaba imágenes demasiado explícitas de todo. Una tortura, mi mente podía visualizar todo como si estuviera allí con ellos. Me sentía débil, pero a la vez me alegraba, o quería alegrarme por todos los medios, por él, pero eso no quitaba que yo me sintiera pequeñita, desprotegida, como una princesa Disney atrapada en un castillo oscuro y tenebroso, esperando a que su príncipe decidiera en algún momento rescatarla. Pero el apuesto caballero no vendría; es más, en mi puto cuento, el caballero decidía montárselo con una aldeana a los pies de la torre, ahí, para que todo el mundo, y sobre todo la princesa, no perdiera detalle. Mi cuento está claro que no es una historia de Disney, quizás más bien de Alfred Hitchcock, mi querido príncipe había cambiado de libro, y yo tendría que reescribir el mío. Esta princesita no sería rescatada, así que debería salvarse ella solita, quitarse el taconazo y luchar con los dragones por sí misma.

Luché con dragones, fantasmas y dementores, todo por intentar no perder la dignidad y ponerme a llorar. Pero la tonta de la princesa se dio cuenta de que llevaba puesta una antigua camiseta de Robert como pijama. Mientras él se acuesta con otra, yo me acuesto con su puta camiseta. Me sentí estúpida.

No pude pegar ojo en toda la noche, y cuando por el cansancio cerré los ojos un par de horas, tuve un sueño muy extraño donde me veía a mí misma en la calle, rodeada de muchas personas; todas ellas pasaban por mi lado, hablaban unos con otros y parecían relacionarse, pero a mí, por algún extraño motivo, nadie me veía, nadie me escuchaba. Intentaba llamar la atención de esas personas, gritar, mover los brazos, pero no conseguía que nadie me viera. Y, como si de un fantasma se tratase, comenzaron a atravesarme. Al intentar dar un grito, desperté, eran las 7:07. Comencé a guardar ropa en una pequeña maleta de fin de semana. Deambulaba por la casa, me sentía extraña, miraba la hora para ver si así el minutero avanzaba y llegaba el momento de salir. Sentía ganas de huir de ahí, solo quería marcharme. Cuando miré el reloj, una vez más Robert y la chica de las historias vinieron a mi cabeza. En ese momento, a las 7:47 de la mañana, continuarían juntos. Cogí mis cosas y puse rumbo a Sitges.

Conduje sin música pensando en... Bueno, en nada, absolutamente nada. Mi mente estaba en blanco, un inadecuado estado que me hacía conducir por inercia. Me percaté de que no veía la carretera, simplemente miraba hacia delante. Como digo, parecía conducir por pura inercia. Había realizado ese trayecto miles de veces, pero en esta ocasión algo me hizo que no siguiera la ruta a la que estaba acostumbrada. Por lo general cogía la autopista e iba por el camino más corto, pero me sentí empujada a tomar otro camino, el largo que va por la costa, opté por ir por las curvas del Garraf.

Bajé la ventanilla para ver mejor las vistas que esta ruta me regalaba y, sin pensarlo, paré en uno de sus muchos miradores y bajé del coche. Se podía contemplar el precioso pueblo de Sitges, el mar. Se oían las olas rompiendo en las rocas y, mirando a la inmensidad, comencé a llorar. Ya no podía soportar nada más, todo esto parecía superarme. Intentaba alegrarme por él, centrarme en cosas positivas, pero eso requería una fuerza de voluntad que en aquel momento me costaba sacar a la luz. Tantos desastres, tanto desorden... Estaba agotada, cansada de tener que luchar tanto por todo y no ver resultados. Era como en mi sueño, sentía que estaba rodeada de gente, pero nadie me veía, nadie notaba mi sufrimiento, quería desaparecer del mundo, necesitaba desconectar de todo. Un impulso similar al que me hizo ir por ese camino me hizo coger el móvil en ese instante. Sin pensarlo, borré todas mis redes sociales. Me quedé unos minutos contemplando las olas. Cuando cogí fuerzas, monté en el coche y continué el trayecto.

Nada más llegar a Sitges paré en una cafetería para hacer tiempo, ya que era aún muy temprano. Llegué a casa de Irma sobre las 10 h. Estaba tranquila, pero mi cara mostraba signos evidentes de que algo no estaba bien. Ella no preguntó nada, directamente cogió su bolso y fuimos a dar un paseo. Nos pusimos al día y le comenté mi decisión de cerrar las redes sociales, cosa que sabía que ella entendería puesto que un par de semanas atrás ella había hecho lo mismo. Me comentó que sentía que perdía mucho tiempo en ellas y decidió cerrarlas. Su experiencia me había resultado enriquecedora, desde que lo hizo afirmaba sentirse mejor, así que me apoyó en mi decisión y me dijo algo que se grabó en mi mente:

―Necesitamos desconectar de todo para volver a conectar con nosotros mismos. No hace falta que esa decisión sea permanente, pero reiniciarse cuando algo no funciona es algo fundamental, esto es como reiniciar el ordenador cuando la pantalla se queda bloqueada. Para volver a sentirnos bien, hemos de hacer algo similar. Tu problema no es Robert, no es el trabajo, no es la separación con el padre de tu hijo, no es tu vida, tu problema, por lo que puedo valorar, es algo general: te encuentras perdida, tu vida dio un cambio muy brusco hace un año y desde entonces todo aquello que dabas por hecho se ha esfumado. Desde aquel momento has intentado agarrarte a lo que fuera para volver a sentir seguridad, y al no terminar de encontrar el camino, sea porque la relación que iniciabas también terminó, porque decidieras dejar el trabajo en el que estabas, que era sin duda lo más estable que tenías en este momento, lógicamente tienes esa sensación de andar perdida. Entiendo cómo te sientes, pero piensa que es algo normal, todos, absolutamente todos pasamos por momentos así a lo largo de nuestras vidas, y en ocasiones más de una vez. Pero eso no es malo, es una oportunidad, aunque ahora no te lo parezca. Estás a punto de iniciar muchas cosas, la vida es así, nos pone en situaciones complicadas, pero sé que eres capaz de superar esto pese a que en este momento te sientes desesperada y perdida y parece que nada vaya bien. Es el momento perfecto para iniciar todo aquello que quieras. Ahora bien, la pregunta es: ¿qué es lo que quieres, Julieta? ¿Cómo ves tu vida o quieres que sea en uno, dos o cinco años? Empieza por ahí, tómate el tiempo que necesites, no has de averiguarlo ahora mismo ni este fin de semana. Ahora simplemente haz lo que te apetezca, no has de dar explicaciones a nadie, deja de intentar contentar a todo el mundo y céntrate en vivir el hoy. La vida te guiará, el camino llegará por sí solo, estoy segura.

Tenía razón, y de una manera inconsciente yo ya lo sabía, pero necesitaba escucharlo en voz alta para ver que estaba donde tenía que estar y que toda esta situación era un simple proceso. Empecé a recibir wasaps de muchas personas preguntando por mis redes, me preguntaban si estaba bien y por los motivos que me habían llevado a tomar esa decisión. No quise dar mucha explicación, así que decidí dar los motivos que Irma me había dado a mí semanas atrás cuando ella cerró sus redes:

―«Todo bien; es más, todo perfecto, pero últimamente perdía mucho tiempo en las redes sociales y necesito desconectar un tiempo. ¡¡¡No te preocupes!!! Supongo que en un futuro volveré, o no, no lo sé… Voy a ver qué tal me va y si me desengancho un poco, je, je, je. Besos».

Ese fue el mensaje que envié a todo aquel que me preguntaba, no quería dar más explicaciones, simplemente quería dejar de pensar, de obsesionarme con ciertas personas, situaciones o solucionar mi vida a toda costa de manera urgente y empezar a, como decía Inma, vivir en el ahora, descubrir qué me deparaba la vida, y eso solo lo descubriría viviendo.

Por la noche fuimos a cenar a una terracita. La verdad es que, pese a no echar de menos Instagram, miraba el móvil de manera compulsiva cada dos minutos, costumbre que había adquirido después de una década con redes sociales. En una de esas miradas furtivas al móvil, este se iluminó: «llamada entrante de Robert». Descolgué de manera animada para que no notara que sus historias de la noche anterior me habían afectado.

―¡Holaaaaaaaa! ¿Qué pasa, feoooooooooo?

―Hola. Ehmmm... Julieta, ¿me has bloqueado?

―Ja, ja, ja. No, tonto, me he quitado las redes, ¿cómo te voy a bloquear? ―le dije como si jamás se me hubiera pasado por la cabeza.

―¡Ah! ¡Joder, había flipado! ¿Y qué tal? ¿Cómo va por Sitges?, ¿todo bien?

―¡Sí, genial! Ahora vamos a cenar con unas amigas y seguramente a tomar algo, ¿tú qué tal?

―Bien, de cumpleaños.

―Muy bien. Pues disfruta, pequeño. Te dejo, que ha llegado el camarero. Pásalo bien, ¿ok? Un besooooooo.

―Ok, y tú disfruta.

Colgué el teléfono y brindé con Irma y las chicas por todo aquello que quedaba atrás. Había venido Sandra, una amiga que acababa de vencer un cáncer. Nos sentíamos muy felices por ella, así que brindamos y comencé a ver mis problemas como algo absurdo, al fin y al cabo, estos serían tan grandes como la importancia que yo decidiera darles, nada se podía comparar a la gravedad de una enfermedad, algo por lo que había pasado mi padre, que había fallecido de un tumor que derivó en metástasis. Pensé en que debía dejar de ser tan melodramática y comenzar a plantarle cara a la vida. Entonces me vino a la cabeza Denis, era un ejemplo de superación y pensé en enviarle un mensaje. Normalmente era él el que lo hacía y yo me limitaba a responder, pero en ese momento me apetecía ser yo la que le enviara el mensaje.

―«Buenas noches, lindo. Estoy en la playa de Sitges y me he acordado de ti. Espero que tengas buen finde, un beso. P.D: e eliminado Instagram y Facebook, sé que no te metes mucho en redes sociales, pero por si lo haces y notas mi ausencia, que sepas que es por eso… Je, je, je, je, besitos, corazón.

―«¡Qué sorpresa! Me ha hecho ilusión que me escribas y que te acuerdes de mí. Bueno, yo para las redes soy muy torpe, es cierto que paso un poco de ellas, aunque no niego que me gustaba ver las cositas que colgabas, pero si lo has hecho, imagino que tendrás tus motivos. Yo estoy en San Antonio con la pequeña, que me la quería llevar a cenar. Llevo varios días trabajando mucho, ya que en breve cogeré vacaciones y apenas he podido estar con ella. Nada, bonita, espero que lo pases genial por Sitges, te mando muchos besos».

Obviamente no se me pasaba por la cabeza tener nada serio con Denis, era absolutamente imposible. No creo en las relaciones a distancia, si me habían engañado teniendo a mi pareja cerca, imaginad a distancia... Pero Denis era muy especial, tan diferente al resto que me costaba describirle a Irma cómo era, y no me refiero a físicamente, para ello con decir dios griego era más que suficiente. Lo que me costaba describir era su personalidad y lo que veía en él. Pese a habernos visto únicamente en dos ocasiones, le había cogido mucho cariño. Cierto es que yo cojo cariño tan rápido como se debe coger una venérea en un club de alterne, pero lo que él trasmite solo hablando, sus razonamientos, su mirada … ¿Cómo no iba a cogerle cariño?

El fin de semana pasó volando. Volví a casa con las ideas más claras. Las conversaciones con Irma, el alejarme de todo y estar tan cerca del mar, había sido enriquecedor. Por supuesto, no tenía claro aún qué hacer con mi vida, pero, si sabía qué no tenía que hacer, era un comienzo.

La siguiente semana continué centrándome en mantenerme ocupada. Arreglé la terraza, pinté, puse algunas plantas y una pequeña mesita con dos sillas. El jueves fui a ver a mi madre.

Mi madre es una mujer activa, luchadora y positiva, siempre lo ha sido. Incluso cuando mi padre enfermó se mantuvo firme y no dejó que ni él ni nosotras, que éramos pequeñas, nos derrumbáramos, pero por dentro estaba destrozada pese a no querer demostrarlo. En ocasiones la escuchaba llorar por las noches. La primera vez que la escuché intenté consolarla. Debía de tener unos dieciséis años. Al oírla, inicialmente me asusté, pero al entrar en su habitación, ella disimuló e intentó hacerme creer que no pasaba nada, así que yo la hice ver que me lo creía. Comprendí que para ella era importante que no la viéramos así, cosa que no entendía, era totalmente lógico que llorara, que se desahogara; es más, considero que es necesario, pero desde ese momento, si por la noche la oía llorar, dejaba que lo hiciera en paz, si yo entraba ella disimularía, seguiría reteniendo todo aquel dolor dentro, así que, pese a que me hubiera gustado ayudarla, simplemente la dejaba.

Mi desintoxicación de las redes sociales estaba resultando positiva. De repente, tenía tiempo para bailar, retomé la danza, empecé a dar clases en una academia cercana a casa, leía, veía a las chicas, era como si el tiempo se hubiera multiplicado por tres. Me sentía más ligera, no ver las historias de Robert me había quitado un peso de encima, no tenía por qué seguir torturándome de ese modo, además de que él merecía poder hacer libremente lo que quisiera sin que mi estado le preocupara. Empecé a valorar seriamente la posibilidad de que esa decisión fuera permanente.

Denis llegó a Barcelona aquella tarde. Me propuso ir a cenar al puerto de Barcelona ese mismo día. Al verlo aparecer en su coche me puse algo nerviosa, pero cuando se bajó de este, antes incluso de saludarme verbalmente, me dio un beso y un abrazo que me levantó del suelo. ―¿Cómo estás, cuca? Tenía mil ganas de verte ―me dijo cuando me soltó.

―Bien y ahora mejor ―le respondí― ¿Qué tal el viaje en barco?


Comenzamos a hablar mientras poníamos rumbo al restaurante. Creo que estaba más guapo aún si era posible, y obviamente seguía siendo ese hombre intrigante y perfecto. Me preguntaba por qué no podía quedarse en Barcelona, era una pena que en quince días volviera a la isla, lejos de mí.

Cerraban el restaurante y nosotros parecíamos no querer marchar, ¡no nos habíamos dado cuenta de la hora!, así que, como ya no podíamos ir a ningún lugar a tomar una copa puesto que, al parecer, a partir de las 00:00 h el virus, como si fuera un hechizo del hada madrina de cenicienta, nos obligaba a volver a casa, le propuse ir a tomar la «última» a mi piso, pero me comentó que no podía llegar tarde, debía ir a casa de sus padres al día siguiente muy temprano y se encontraba algo cansado del viaje.

Me trajo a casa. Estuvimos en el coche unos veinte minutos hablando. Cuando por fin me propuse bajar del auto para dejarlo marchar, sin más me dio un sencillo beso y con su mano puesta dulcemente aún en mi mejilla, mirándome a los ojos dijo:

―¿Sabes una cosa, cuca? Te quiero.

Me quedé helada, estupefacta, atónita, pasmada, asombrada, sorprendida… Ahí estaba, el precoz te quiero, pensé: «¿Cómo puede decirme esto?». Pero en lugar de una de mis respuestas casi estudiadas en este tipo de situaciones, para mi todavía mayor sorpresa dije: «¿Sabes qué? Yo también». Ni lo pensé, simplemente las palabras salieron de mi boca. Entonces suspiró y me besó con una pasión desbordada, casi le canto la canción de aquel serial, Pasión de gavilanes. No lo hice, ya que tenía la boca ocupada en ese momento, pero en mi cabeza sonaba el estribillo.

Entré en casa dando saltitos cual cervatillo. Estaba eufórica, la noche había sido perfecta, una vez más había conseguido que me olvidara de todo lo demás, estando con él, solo existía él, el mundo parecía pararse pese a que las horas continuaban avanzando. Tampoco le di más importancia a aquel extraño y precoz momento hasta que, unos minutos después, pensé: «Realmente lo quiero». Necesitaba mi propia confirmación mental, pero seguidamente la afirmación se tornó pregunta: «¿Realmente lo quiero?». ¿Lo había dicho porque él me lo había dicho? Estaba claro que sí, si él no lo hubiera hecho, a mí jamás se me hubiera pasado por la cabeza decir algo así, pero lo que sí era ciento es que me encantaba, quería pasar más tiempo con él, tocarlo, besarlo, me apetecía todo con él, pero se marcharía en quince días y yo temía volver a sufrir. Mientras intentaba aclarar mis dudas, recibí un mensaje de Denis.

―«Pequeña, ya he llegado. Me ha encantado volver a verte, y espero que no te haya importado lo que te he dicho, pero necesitaba hacerlo. Quiero que sepas que no soy de ese tipo de hombres que van por ahí regalando oídos ni te quieros, pero es que te miro y pienso: "¡Joder, la quiero!", así que por eso te lo he dicho, tenía que hacerlo. Siento que eres la mujer más especial que he conocido en mucho tiempo, y que tú me hayas respondido de igual modo me ha hecho muy feliz. No sé a dónde nos llevará esto, pero quiero descubrirlo. Una vez más, te quiero, cuca. Buenas noches».

Leí el mensaje y entonces mis dudas desaparecieron, lo quería. Contesté a su mensaje.

―«Sinceramente, yo no soy tampoco de esas personas que dicen un te quiero tan rápidamente, y quizás me dé miedo reconocerlo, pero he de admitir que es imposible no hacerlo, no quererte o no decírtelo es algo imposible. Cuando estoy a tu lado me olvido de todo, me siento tan bien que quiero besarte continuamente y me dan ganas de agarrarte y no soltarte jamás».

―«No lo hagas, no me sueltes, si tú me dejas, yo jamás lo haré».

―«Joder, Denis, ya te echo de menos y eso me da miedo».

―«Lo sé, cuca, pero no temas, jamás te haré daño».

Sí, quizás era extraño tener unos sentimientos así, tan pronto, y más aún cuando todavía no había conseguido sacar a Robert por completo de mi corazón. Pero esa sensación era real, y aunque mis miedos e inseguridades estuvieran presentes en todo momento, se me hacía imposible no sentir que realmente algo precioso estaba sucediendo.

Al día siguiente desperté tarareando al son de Shakira la canción de Me enamoré. Esta resonaba una y otra vez en mi cabeza, así que se la envié a Denis. Al momento, me llamó.

―Buenos días, preciosa, en ti estaba pensando.

―Yo también, como puedes ver.

―Sí. Je, je, je, me encanta que me digas eso. Me ha encantado la canción. Por cierto, ¿qué planes tienes hoy?

―Tengo al peque y vamos a ir a comer a casa de mi hermana Ema.

―Podré verte un ratito?

―Pensé que tú te ibas con tus padres.

―Y así es, cuca, pero puedo dejar a la nena con ellos y escaparme un rato. Me muero por besarte otra vez.

Cada palabra suya me hacía estremecer. ¿Estaba pasando de verdad?, ¿me estaba enamorando? Todo esto me pillaba por sorpresa, creí tener el corazón más frio que las cervezas de mi nevera, pero, al parecer, estaba sucediendo. Le contesté que intentaría escaparme un rato después de comer.

Llegamos a casa de mi hermana y Johan, en Sant Cugat, y mi cuñado le propuso a Noah jugar en el jardín, a lo que él aceptó encantado, táctica sutil para que Ema y yo tuviéramos un momento a solas, quería darme su opinión sobre mi ida repentina del trabajo. Para mi asombro, me apoyó en esa decisión, pero no sin antes advertirme, quería saber si tenía algún plan y si disponía de dinero suficiente para poder sobrevivir, puesto que era un momento difícil en el mundo. Estaba preocupada por mí, pero sobre todo por Noah. Dijo algo así como: «Me parece bien que quieras descubrir qué es lo que quieres hacer, pero no te duermas en los laureles, y antes de gastarte el dinero que tengas ahorrado, debes tener un plan, sabes que puedes contar con nosotros para lo que sea, pero has de intentar centrarte». Hablamos durante un rato sobre mi futuro, yo intenté parecer tranquila y segura de mí misma para no preocuparla y sacamos al jardín los aperitivos. Ema es muy intuitiva, además me conoce muy bien, así que, al verme tan pendiente del móvil y sabiendo que había eliminado mis redes sociales, soltó:

―Bueno, ¿me vas a contar quien es él?

Pero todavía no quería hablarle de Denis, me daba miedo, así que aproveché para preguntarle si le importaba que después de comer me fuera una hora, le puse como excusa ver a una amiga que vivía cerca y me necesitaba para ayudarla con un problema. Ella, por supuesto, accedió encantada a quedarse con Noah.

Denis llego a las 16 h. Quedamos justo detrás de casa de mi hermana, no quería que nos descubrieran. Fuimos a unos jardines próximos y nos tumbamos en el césped. Estuvimos juntos una hora, pero fue un momento precioso, me recordó a mi primer amor cuando era adolescente: nervios, visitas furtivas, ese cosquilleo en el estómago cuando lo ves venir, esa pena cuando se va... Pero lo mejor eran esos magreos en parques a escondidas de la humanidad. Era el segundo día que nos veíamos y tampoco podríamos dormir juntos o pasar algún momento de más intimidad, así que esto provocaba que esa excitación fuera en aumento. Quería volver a estar con él de manera intima, pero no podría ser hasta un par de días después, el domingo Denis tenía un cumpleaños y barbacoa familiar en Girona, así que pasaría el día fuera y yo estaría sola con Noah. Tendríamos que esperar para que ese momento llegara. La espera me hacía sentir ansiosa; a él parecía resultarle más fácil, aunque realmente creo que su educación y saber estar simplemente le hacían disimular a la perfección, pero en aquel césped, por más que disimulara, no consiguió disimular su tremenda erección, cosa que noté al sentarme sobre él.

Pasado el fin de semana, cuando por fin teníamos varias horas para estar a solas, no quiso ir directamente a mi casa para poder terminar con esa tensión sexual, sino que me llevó a la montaña del Tibidabo a ver las vistas maravillosas que hay de la ciudad. Paseamos, hablamos y después fuimos a un restaurante que está en la misma montaña llamado El Mirador. Comimos y después me dejó en casa para que fuera a buscar a Noah, una vez más sin habernos acostado. Esto me hizo pensar. Era el tercer día desde que llegó a Barcelona, el cuarto de sus vacaciones, ¡solo le quedaban once días para volver y seguíamos sin follar! Me lo pasaba bien con él, todo era perfecto, sí, pero ¿por qué no quería acostarse conmigo? Ya lo habíamos hecho, así que no podía ser por algún rollo romántico. Una no es de piedra, y las ganas que tenía de que esto sucediera no me dejaban comprender por qué retrasaba el momento, además, no es que tuviéramos todo el tiempo del mundo, él volvería a la isla y, como es natural en mí, empecé a impacientarme.

Al llegar a casa decidí contárselo a Victoria y a Lara para que me dieran su opinión, y después de recoger a los niños del colegio organizamos una de nuestras reuniones para hacer una buena valoración de la situación. Victoria y Lara tenían sus propias conclusiones.

―Quizás tiene algún tipo de problema ―insinuó Lara.

A lo que yo respondí que era imposible, en Ibiza no le había costado nada dar la talla, y de paso les expliqué lo sucedido en el parque.

―Entonces quizás solo pretende que no pienses que solo le interesa eso de ti ―dijo Victoria.

―Yo creo que ha de ser algo así, es demasiado respetuoso y educadito, ¡pero joder, es que muero por tirármelo, chicas! Parece mentira que sea yo la que diga esto, pero creo que mañana lo secuestraré, no le dejaré opción, quedaré con él en casa y le daré cualquier excusa para que me empotre, lo volveré loco para que no pueda resistirse.

―¡Que viva la putería! ―dijo Lara riendo.

Pasado un rato, Victoria se despidió, dijo que tenía que marcharse, que había quedado. Yo, sin pensar, pregunté con quién. Antes de responder miró a Lara y noté cómo dudaba si decirlo, así que antes de que pronunciara su nombre, lo supe. había quedado con Robert. Ya no pensaba demasiado en él, pero tampoco había dejado de hacerlo, así que solo le pregunté cómo estaba. Victoria respondió:

―Bien, nena.

Esa noche, al llegar a casa, miré la foto de Robert en WhatsApp y, sin querer, me puse a leer mensajes antiguos. De pronto recibí un mensaje suyo. ¡Mierda! Tenía el chat abierto, así que nada más enviar el mensaje se le debieron de poner los vistos de WhatsApp en azul.

―«Hola, nena, ¿cómo estás?» ―me preguntó.

―«Bien, ¡qué casualidad!» ―dije intentando disimular―. «Estaba buscando la foto aquella que me enviaste cuando estaba en Ibiza con las chicas, ¿podrías enviármela otra vez? Creo que la borré sin querer», respondí para tener una excusa. Entonces me llamó.

―Hola, Robert ―dije al descolgar―. ¿Qué tal, Juli, cómo va? Llevo días sin saber de ti, y como no tienes redes sociales…

―Pues yo bien, la verdad, se vive mejor así, perdía demasiado tiempo y no me había dado cuenta hasta ahora.

―Bueno, me alegro de que estés bien.

―¿Y tú? ―le pregunté. Notaba su voz con poca fuerza, Robert es muy enérgico y enseguida se le nota cuando algo le pasa, quizás estaba algo desanimado, o puede que simplemente estuviera cansado.

―Bien, todo bien ―respondió.

No pregunté más, charlamos un rato sobre cosas banales, mis nuevas clases de danza, que había visto a Victoria aquel día... Lo que por lo general se cuentan dos amigos, ya que pensé que lo más probable era que se estuviera esforzando porque volviéramos a ser esos amigos que en algún momento, el cual me costaba recordar, habíamos sido.

Al colgar sentí una vez mas que lo echaba de menos, supongo que era algo normal, intentar mantener una relación de amistad cuando todavía tenía ciertos sentimientos era una de las cosas más difíciles que había tenido que hacer. Esa noche me costó dormir.

La primera semana con Denis en Barcelona pasó volando. Volvía a ser viernes, comenzaba su última semana a mi lado. En siete días se marcharía y, pese a estar todas las mañanas juntos, salvo el miércoles, porque acompañó a su madre a ver a sus tíos, seguíamos sin tener sexo. Cierto es que no se quedaba toda la mañana, el jueves solo tomamos un café rápido, pero no podía entender que nuestra relación, después de Ibiza, donde sí tuvimos sexo, y después de decirme que me quería, se basara en conversaciones y besitos, el rollo adolescente comenzaba a aburrirme. Al fin y al cabo, ¡es un hombre! ¿Cómo podía retener tanto las ganas?

Todavía no habíamos concretado nada para aquel día. Sobre las 11 h me llamó y hablamos, me dijo que había preparado algo especial para esa noche. «¡Por fin!», pensé. Le pregunté de qué se trataba, pero el chico misterioso no iba a revelar la sorpresa. Tal y como hizo en Ibiza, no me adelantó absolutamente nada, solo que estuviera lista a las 19:30 h.

―Pasaré a buscarte, cuca, tú solo ponte guapa, quiero decir todavía más y déjate llevar.

Como toda mujer antes de una cita importante, seguí el ritual: ducha, exfoliación corporal, depilación extrema, revisión de manicura, limpieza de cutis, mascarilla facial, ampolla flash, elección de vestuario y complementos, pelo y finalmente maquillaje. Pese a que me encanta ser mujer y ser coqueta, siempre he pensado que los hombres lo tienen mucho más fácil, no necesitan tanta preparación, con una ducha, depilación, vestuario y perfume, en 15 minutos están listos. Nosotras, por el contrario, necesitamos un mínimo de una hora las que somos rápidas para poder ser la mujer que creemos que debemos ser, estar y sentirnos perfectamente impolutas.

Puntualmente apareció a la hora acordada. Bajó del coche. No sé cómo lo hace para parecer que se mueve a cámara lenta. Iba perfectamente radiante con un simple pantalón negro de pitillo, camisa blanca y unos tirantes como complemento. Me besó y, como hacía siempre, me abrió la puerta del coche para que subiera, no sin antes hacer un cumplido sobre mi vestuario. Lo noté feliz, recuerdo que al abrazarlo noté ese olor a perfume, Invictus, no era el primer chico al que se lo olía, per a él, definitivamente, le quedaba mejor que al resto.

Salimos de Barcelona y, por la dirección que tomaba, parecía que íbamos directos a Sitges. No me equivoqué. Me llevó a un restaurante llamado El Vivero. Se encuentra situado en un acantilado y es precioso. Entramos por una terraza en la parte superior del restaurante, donde hay un chill-out perfecto para tomar unas copas en verano. Aquel día estaba cerrada. Bajamos unas escaleras y entramos en un salón cerrado. Nos dieron una mesa, pero Denis parecía no estar conforme. Me dijo:

―Espera un momento, cuca, esta no es nuestra mesa.

Se acercó a la chica que nos había asignado la mesa y mantuvo una corta conversación con ella. Entonces ella vino hacia mí y se disculpó:

―Perdona, he confundido la reserva, nos habíais pedido una mesa especial. La vuestra ya está preparada, pasad por aquí.

Miré a Denis y sonrió. La chica nos llevó a una mesa situada frente al ventanal con unas vistas impresionantes al mar.

―Sé cuánto adoras el mar, y he pensado que este es el lugar perfecto para la ocasión.

Se sentó frente a mí pese a que estuvo poco tiempo en su silla, pues enseguida se sentó a mi lado. Trajeron el vino y la carta. Denis no dejaba de repetir que era un día especial y que tenía algo importante que comentarme. Se mostraba algo nervioso y esto hizo que yo también comenzara a sentirme algo impaciente, así que sin más le pregunté:

―Bueno, ¿qué es eso tan importante? A ver, cuéntame.

―He estado hablando con mi familia y a ellos les ha parecido genial, pero necesito saber tu opinión, ya que realmente tú eres en gran parte el motivo de la decisión que he tomado.

Tanta intriga me estaba matando. Le di un sorbo a mi copa y, antes de soltar esta, me cogió de la mano.

―Mira, cuca, como ya sabes y te dije el otro día, te quiero, me encanta cómo eres y me gustaría descubrir a dónde nos lleva esto, pero entiendo que, estando yo en Ibiza y tú aquí, es algo complicado. Sinceramente, no soy de relaciones a distancia ni te voy a pedir que vengas, así que quiero decirte que he pedido el traslado, vuelvo a Barcelona.

―¡Dios mío! ¿En serio? ―respondí llevándome las manos a la boca.

―Sí. Todavía no sé si el viernes que viene vuelvo, pero sí sé que, si no es el próximo viernes, tendré que ir en breve y estar un par de semanas allí. Después de eso, cuando regrese no me marcharé más.

―¡Dios mío Denis, me alegro mucho, vas a quedarte en Barcelona!

¿Cómo no iba a alegrarme? Me abrazó. La camarera se acercó y Denis volvió a su sitio, miramos la carta y pedimos la cena. Él, solomillo de ternera; yo, tartar de atún rojo y guacamole.

Mientras cenábamos caí en la cuenta de lo que había dicho: «Tú eres, en gran parte, el motivo de esta decisión». Pese a que me alegraba la noticia, comencé a notar un calor que subía por mi nuca. Queriendo aclarar el tema le pregunté:

―¿Entonces cuál es tu plan? Me alegra mucho que te quedes, de verdad, conocerte ha sido maravilloso, y que ahora me digas que te vas a quedar en Barcelona me hace muy feliz.

―Me alegro, tenía pensado volver algún día, pero desde que has aparecido en mi vida no puedo pensar en otra cosa que hacerte feliz. Es lo que quiero, te dije que jamás te haría daño y ahora te digo que, si me dejas, te seguro que te haré la mujer más feliz del mundo.

Tanta perfección era asombrosamente sobrecogedora, pero a la vez asombrosamente terrorífica, no sabía si estaría a la altura de tales expectativas. ¿Lo quería? Sí. ¿Quería que se quedara? También. ¿Sentí pánico? Muchísimo.

Estaba yendo todo demasiado deprisa, pero era algo precioso. Me sentía confundida, mi situación era aún muy extraña, mis sentimientos hacia Robert aún eran confusos, mi situación laboral… en definitiva, el caos que rodeaba mi vida. Pero estaba segura de una cosa y era que merecía la pena, él merecía la pena, o, mejor dicho, todas las alegrías del mundo. Comencé a pensar en que quizás el universo lo había colocado en mi camino, pero ¿lo había colocado en el momento adecuado? Era un hombre absolutamente increíble que quería hacerme feliz. ¿Por qué? Eso era lo único que era incapaz de comprender, cualquier mujer mataría por un hombre de esas características, y él me había elegido sorprendentemente, de manera voluntaria, sin que nadie lo apuntara con un arma o lo amenazara de muerte, a mí. Supongo que lo que me sucedió aquel día es el sueño cumplido de cualquier mujer: un hombre sexi, educado, guapo, galante y caballeroso quería hacerme feliz, y tal y como lo decía, no me cabía duda de que así era. ¿Estaría yo preparada para algo así?

Terminamos la cena. Como de costumbre no pedimos postre, solo un café. Al terminarlo salimos a la terraza, pese a que hacía algo de frio, a fumar un cigarro y me preguntó si me apetecía un mojito de fresa. Le respondí que sí y fue a pedirlos. Al volver me preguntó si estaba contenta.

―¿Cómo no voy a estarlo, lindo? De verdad que no me lo creo aún.

―Tengo algo para ti, pero no te asustes.

―¿Que no me asuste? ―repetí.

En ese momento sacó de su bolsillo una pequeña cajita.

―Esto no significa nada. ―Sonrió―. O bueno, mejor dicho, significa lo que quieras que signifique. ―Abrió la cajita. Dentro había un anillo―. Solo quiero que sepas que voy a estar al cien por cien, no voy a permitir que nada ni nadie te haga daño jamás, y este anillo solo es para que sepas lo que significas para mí.

Volví a llevarme las manos a la boca.

―Denis, ¡es precioso! ―Era un anillo de oro blanco con una franja de brillantes y dos franjas más entrelazándose entre sí―. ¿Pero por qué eres así?

―Porque te quiero y quiero que estemos juntos. ¿Me dejarás hacerte feliz?

Lo abracé y le dije:

―Sí, claro que sí. ―Tuve que contenerme para no llorar.

Sacó el anillo de la caja, lo puso en el dedo índice de mi mano derecha y me besó.

―Cuando estoy contigo quiero que el mundo se pare, y estoy seguro de que juntos haremos que eso suceda.

Todo había sido perfecto, era la noche más increíble de mi vida, sin duda.

Salimos del restaurante y, para mi sorpresa, me llevó a su casa, un precioso piso en Castelldefels. Hasta ese momento no me había hablado de él. Dimos un paseo por la zona comunitaria antes de subir. Me mostró sus preciosos jardines, parque infantil, gimnasio y piscina. Después subimos en ascensor hasta la quinta planta. Antes siquiera de poder ver cómo era el piso, comenzó a besarme y a desnudarme. No sé cómo lo hizo, pero me guio hasta la habitación principal y me tumbó en la cama. Follamos como locos, pero también hicimos el amor, así lo sentí. Aquella manera de follarme, estaba claro, era con amor, ya sabéis a qué me refiero. Me miraba fijamente a los ojos, parecía disfrutar más viendo cómo yo disfrutaba, apartaba mi pelo con suaves caricias y sujetaba mi cara mientras se movía sobre mí sin apartar sus ojos de mi cara mientras yo me retorcía de placer, y cuando dijo «Quiero que me mires mientras te corres», creí morir de placer.

Después de esto nos dimos una ducha, me enseñó el piso y volvimos a la cama. Se tumbó a mi lado y estuvimos hablando un buen rato, una vez más el mundo exterior había dejado de existir, solo éramos Denis y yo, nada más. Pero como suele pasar en mi vida, algo inesperado estaba a punto de suceder.

2:30 h de la madrugada. Mientras Denis y yo hablábamos, desnudos, tumbados en la cama, una notificación de WhatsApp sonó. Mi intuición me dijo: «Mira tu móvil», así que cogí el teléfono para ver quién era.

―«Julieta, perdona por las horas pero necesito verte, necesito hablar contigo».

Mi corazón dio un vuelco, era él, era un mensaje de Robert.



 
 
 

Comments


Formulario de suscripción

¡Gracias por tu mensaje!

©2021 por Maldita intensa. Creada con Wix.com

bottom of page