Capitulo IV. Maldita realidad
- malditaintensa
- 23 mar 2021
- 24 Min. de lectura
Siete de la mañana. Como de costumbre, abrí los ojos y me puse en pie, me di una ducha e hice café. Repasé mentalmente todos los momentos vividos en Ibiza. Me sentía orgullosa de mí misma, creía haber vuelto más serena, más calmada. Ya estaba en Barcelona y por fin vería a mi pequeño Noah. Tenía mil cosas por hacer antes de ir a buscarlo al colegio esa tarde: deshacer maleta, hacer la compra, llamar a mi madre... y, obviamente, ponerme al día sobre todo lo que había sucedido en mi ausencia.
Todo parecía tranquilo: mi casa, mis pensamientos... Era mi último día de vacaciones, así que, pese a estar de vuelta en la estresante Ciudad Condal, no quería que la paz que había adoptado en la isla desapareciera. Hice unos ejercicios de yoga y respiraciones para seguir sintiendo esa aura que me envolvió en Ibiza sin saber que la realidad estaba a punto de darme una buena bofetada.
Abrí Instagram y comuniqué mi regreso a Barcelona con una historia, después decidí ponerme en marcha y empezar a hacer cosas productivas cuando, sin más, ahí estaba ella: la señora realidad picaba a mi puerta. Bueno, en realidad, el formato en el que llegó fue como notificación de WhatsApp:
«Buenos días, veo que ya estás de vuelta. Espero que lo hayas pasado genial, aunque no lo dudo. Bueno, quería comentarte una cosa: llevo días viéndome con una chica y, antes de que te enteres por otra persona, prefiero que lo sepas por mí. No sabía si decírtelo o no, lo último que quiero es hacerte daño y, pese a que me esté viendo con alguien, quiero que sepas que siempre me tendrás para lo que necesites. He creído que lo correcto era decírtelo, Julieta».
Era Robert. Por un momento sentí cómo mi corazón dejaba de latir, creo que hasta pude oír el sonido que hizo al romperse en mil pedazos. Había otra persona en su vida. No me lo podía creer. Intenté coger aire, me temblaba el pulso. Apenas podía escribir, ya que no veía el teclado porque mis ojos comenzaron a inundarse, pero tenía que responder, debía hacerlo, tenía que decirle que no pasaba nada.
«Tranquilo. Has hecho bien, prefiero saberlo por ti antes que por terceras personas. Obviamente esta noticia no es agradable para mí; sabes que te quiero, pero voy a seguir queriéndote igual, somos buenos amigos y nada cambiará. Tienes derecho a ser feliz, es más, mereces ser feliz, y, si así lo eres, yo también lo seré», respondí
«Lo último que quiero es hacerte daño. He dudado mucho en si tenía o no que decirte esto, pero me importas y quería que lo supieras por mí».
«Mi pena, mi dolor o mi alegría son problema mío, tú no debes hacerte responsable, no te preocupes por mí, espero de corazón que seas feliz».
«Yo también espero que tú lo seas. Y que sepas que ahí estaré para lo que necesites».
No quise seguir con la conversación, dejé de escribir, la maldita realidad no me había dado ni un día de tregua para deshacer las maletas. En ese momento se me pasó de todo por la cabeza. No pude contenerme más, comencé a llorar.
Si me lo había contado, debía de ser porque esa chica le gustaba de verdad. Tenía claro que ya se habría acostado con alguna que otra, pero si me lo decía, debía de ser por algo. Seguramente sería más guapa que yo, más joven, más lista. Y, sobre todo, menos intensa.
Todas mis inseguridades, miedos y tormentos invadieron mi cuerpo y mente en un segundo. Comencé a dar vueltas sin sentido por la casa, no podía respirar, paré en seco para intentar coger aire..., pero solo conseguí que la rabia que el dolor de la noticia me había provocado saliera haciéndome dar un tremendo grito que tuvo que escucharse de Hospitalet a Montcada i Reixac.
Mi respiración era corta y acelerada. «¡Vamos a ver, Julieta, ayer te despertaste en la cama de un super hotel con un chulazo al lado!», pensé intentando calmar mi rabia, pero eso no hizo que me relajara. No me esperaba aquello, y menos nada más llegar, me sentía furiosa. «¿Es que no podía callarse un par de días por lo menos? ¿Es un castigo?, ¿una maldita broma? ¡¡Pero cómo va a ser una broma!!», me dije. «No quiero saber nada», pensé. «O sí, quiero saberlo todo, ¡¿quién coño es?!». Mi mente, como mis pulsaciones, iba a mil por hora. ¿Cómo podía ser que nada más llegar a Barcelona mi vida volviera a convertirse en un maldito drama? «¿Qué tengo de malo? ¡¿Qué coño tengo de malo?! ¿Cómo puede hacerme esto? Jamás signifiqué nada para él».
Por mis venas corría la rabia como un chute de caballo recorre las venas de un yonqui, estaba puestísima. ¡¿Qué digo?! Hasta arriba de rabia. Comencé a lanzar objetos y a gritar todavía más hasta que, pasados unos minutos, me dio el temido bajón, mis fuerzas se agotaron, toda esa energía desbordada se transformó en tristeza, lástima, pena, pena hacia mí misma, pena por sentir que lo había perdido del todo. Quizás en mi mente y en mi corazón quedaba algún resquicio de esperanza, pero, con esto, toda probabilidad de volver con él desaparecía.
Jamás me había alterado de ese modo por nadie, me sentía completamente perdida, lloré y lloré hasta que decidí aceptar mis propias palabras, le había dicho que quería que fuera feliz y realmente quería que así fuera, quería sobre todas las cosas que fuera feliz, aunque me hubiera gustado que fuera conmigo, ser yo el motivo de su felicidad, pero tenía que aceptarlo, conmigo no era feliz y jamás lo sería.
La mañana se esfumó y no hice nada de lo que tenía planeado: ni deshice maletas, ni llamé a mi madre y, por supuesto, no hice la compra, lo único que no podía dejar de hacer era ir a por Noah al colegio, así que eso hice.
Cuando llegué y lo vi correr hacia mí con los brazos abiertos, todos los malos pensamientos desaparecieron, nos fundimos en un abrazo, para mí revitalizante. Lo cogí tan fuerte que me tuvo que pedir que lo soltara. Fuimos a merendar, después al parque y a comprar algo para la cena. Pasar tiempo con él, sin duda, era la mejor medicina. Mi madre me había enseñado con sus propios actos a disimular cuando las cosas no van bien: «Una buena madre no cae, no llora y, sobre todo, no se rinde», decía siempre con orgullo. Y tenía razón, él no podía ver que su mamá lo estaba pasando mal, no iba a consentir que me viera de ese modo.
Sobre las 19:00 h llegamos a casa y, juntos, nos metimos en la bañera. Siempre nos encantó darnos largos baños, hacer pompas de jabón y ponernos la mayor cantidad de espuma en la cabeza para simular que era nuestro cabello. Jugamos hasta que nuestras manos quedaron arrugadas, Noah me hacía olvidar. Recordé cuando las cosas no iban bien con su padre, cómo con solo mirarlo me evadía del mundo, solo existíamos él y yo: Noah y Julieta... ¿Quién necesita un Romeo si puedes tener a Noah? Él le da sentido a mi vida. En ocasiones sentía que dependía más yo de él que él de mí, aunque esa sensación me daba miedo, mi papel como madre no era depender de mi hijo.
Cenamos, como siempre, a las 20 h. Después lo metí en la cama. Nada más cerrar la puerta de su habitación, las lágrimas volvieron a caer por mi mejilla, recordé las largas charlas en Ibiza con las chicas, pero ahora estaba sola, no sabía qué era exactamente lo que tenía que hacer o por dónde empezar para volver a encontrarme bien, pero sabía que no podía continuar así, aclarar mis pensamientos era necesario para mi estabilidad emocional, aceptar las cosas que no podía cambiar, necesitaba pensar seriamente qué era lo que estaba en mi mano para poder empezar a ser la persona que quería ser. Una tarea complicada.
Cogí el móvil que llevaba abandonado en el fondo de mi bolso todo el día. Tenía unas cuantas llamadas y mensajes de mi madre, algo histérica porque no había dado señales de vida, dos del trabajo, un montón de wasaps en el grupo de Ibiza con fotos, además de una llamada y unos wasaps de Denis, los cuales decidí ignorar. Llamé a la única persona con la que me sentía capaz de hablar en aquel momento: Lara, una de mis mejores amigas. Vivía muy próxima a mí. Lara y yo habíamos tenido vidas muy parecidas, conocimos a los padres de nuestros hijos a la vez, nos separamos a la vez, y ellos, pese a odiarse entre sí, eran como dos gotas de agua, por eso quizás no se soportaban. Cuando descolgó el teléfono, se sorprendió al oír mi voz entrecortada, seguramente esperaba encontrar una Julieta feliz por el viaje, pero encontró la peor versión de mí misma, la desesperada y desolada, a la que, por desgracia, ya la tenía acostumbrada y podía reconocer mi estado con un simple «hola, nena».
Como buena amiga, tardó menos de quince minutos en plantarse en mi puerta. Cuando abrí, me abrazó, no podía quedarse mucho tiempo, así que le enseñé los mensajes.
―Nena, ya sabías que esto podía pasar tarde o temprano..., aunque ha sido más temprano que tarde. Has de ser fuerte. Aunque bueno, quién sabe si es un rollo pasajero. Tampoco entiendo por qué te lo ha dicho si ese es el caso, pero ¿quién entiende a los hombres? Corazón, has de pasar página, has de conocer a otras personas y olvidarlo ―dijo cogiendo dulcemente mi mano.
―Pero es que no quiero conocer a nadie ―dije entre sollozos―. Bueno, en verdad he de comentarte algo: sí conocí a un chico en Ibiza que me encantó, pasamos la noche juntos, pero...
No me dejo terminar:
―¡¿Qué me estas contando?! Vamos a ver, explícate. ¿Quién es, de dónde salió y por qué no me lo habías contado?
―Fue la última noche. Es de Barcelona, pero vive en Ibiza. Es un policía que conocimos las chicas y yo el día del cumpleaños de Elena, y bueno... No sé, surgió así, las chicas me animaron y bueno, no estuvo nada mal, es como... el hombre perfecto, la verdad: educado, guapo... ¿Qué digo? ¡Guapísimo! Tres años mayor que yo y es un verdadero amor. Pero él está allí y yo aquí, y evidentemente no es Robert, no es el maldito Robert. No sé si estoy preparada para conocer a nadie más, lo de este chico fue quizás un despecho, sigo teniendo sentimientos hacia él y conocer a otros es intentar engañarme, lo único que quiero es sentirme mejor, y no sé cómo he de hacerlo, solo quiero estar bien de una vez. ¡Puto 2020...!
Lara comenzó a reír y me dijo:
―¿Recuerdas cuando decíamos que iba a ser nuestro año? ¡Puto 2020!
Ambas reímos al recordarnos en noviembre y diciembre de 2019 hablando del 2020 como pronosticando que sería el año de nuestras vidas. Después de habernos separado, teníamos la creencia firme de que 2020 solo nos traería cosas buenas, sería un año increíble para nosotras, o eso creíamos. Vernos en el cuarto trimestre en aquella tesitura no era, para nada, lo que habíamos planificado. La conversación con Lara me vino bien, llorarnos y reímos a carcajadas, después de todo es algo normal en nuestra relación de amistad llorar y reír a la vez, además de coger pedos inmensos de vino. Lara es de esas personas que dan luz a tu vida cuando solo parece haber oscuridad, así que su visita me hizo mucho bien.
Esa madrugada una pesadilla horrible en la cual veía a mi hijo y a mí misma con la cabeza llena de piojos me desveló a las 5 .am. ¡me picaba todo el cuerpo, sobre todo la cabeza! Desperté rascándome, tuve que pasarme el cepillito de púas finas para comprobar que solo era una pesadilla, e incluso fui de manera sigilosa a revisar la cabeza de mi hijo. Cuando por fin comprobé que no había insectos correteando por nuestros cueros cabelludos no pude retomar el sueño, me senté en la cama y busqué por internet el significado de tan horrible y asquerosa pesadilla.
Definición de Soñar con piojos: En general, tener sueños con piojos significa un malestar por algún acontecimiento reciente o riesgo.Soñar que tienes piojos augura malas noticias, personas interesadas, envidias, enfermedades o cosas malas están a punto de llegar a tu vida. Este sueño únicamente tiene una connotación negativa y puede llegar a ser un sueño premonitorio.
«¿En serio?», pensé. «¿Pero qué más puede pasarme?». Seguí leyendo y descubrí algo no tan horrible:
Si en tu sueño estás eliminando los piojos, puede tratarse de que estás alejando de tu vida las malas energías y en breve todo cambiará.
Quise pensar que ese era el significado del mío, ya que, en el sueño, recuerdo estar pasando a mi hijo el cepillo para eliminar la plaga, y veía incluso cómo caían a puñados, fue algo repugnante, una pesadilla asquerosa a todos los niveles, solo con recordarlo vuelve a picarme la cabeza, y seguramente a ti que lo estás leyendo te suceda igual.
Decidí tomármelo así, «Todo va a ir bien, todo va a ir bien, va a ir bien», intentaba repetirme como un mantra.
A las 8:30 dejé a Noah en el colegio y me dirigí a la oficina. Al llegar todo era el mismo caos de siempre: chicas que no han entregado los reportes, formaciones de productos, carreras para realizar alguna supervisión..., y eso a pesar de que teníamos la mitad de trabajo, ya que las ferias y congresos se habían anulado desde el inicio de la pandemia. Pero, en lugar de trabajar más tranquilos, el caos era aún mayor por falta de personal. Los clientes se quejaban de los resultados, así que ese día teníamos programada una reunión con los jefes a las 16:00 h para hablar de ello, y yo tenía pensado solicitar un aumento de sueldo. Antes de marcharme a Ibiza quise hacerlo, pero pensé que sería mejor dejarlo para la vuelta. Trabajaba demasiadas horas extras sin pedir un céntimo por ellas, el teléfono de empresa sonaba en fines de semana como mil veces, y obviamente tenía que responder y solventar toda incidencia que pudiera ocurrir; en muchas ocasiones hasta tenía que acudir de manera presencial para apagar algún fuego, así que pensé que, tres años después de estar trabajando para ellos, merecía una subida de sueldo.
Llegada la hora y después de tratar los temas generales, solicité hablar con el Sr. Roig, el director de zona, en privado. No le contentó mucho la idea, pero accedió, así que le expliqué la situación. Su cara fue un poema.
―Julieta, no considero que sea el momento de solicitar nada, y menos un aumento de sueldo, todos hemos de ajustarnos a la situación que vivimos ―me dijo sin dejar de mirar los papeles que tenía sobre su mesa.
―Discúlpeme, pero por eso es precisamente. Desde que me separé he de pagar una niñera para que recoja a mi hijo por las tardes, ya que, como no puedo irme a la hora que se supone que he de plegar, no puedo atender a mi hijo y mis gastos son mayores ―dije intentando hacerle entender.
―¿Qué estás diciendo, que es culpa nuestra que te hayas separado? ―dijo sin venir a cuento.
―No he dicho ni insinuado nada parecido, ese comentario está fuera de lugar por completo, solo digo que…
Me interrumpió:
―No tengo tiempo para tonterías, Julieta, esto es lo que hay y no podemos hacer más, solicítalo dentro de un año a ver cómo va la cosa ―dijo abriendo la puerta.
―¿¡Disculpe!? ―levanté la voz―. Creo que mínimamente merezco que me escuche y, si no es posible por la situación de la empresa, me lo exponga de una manera adecuada, pero después de dejarme los cuernos en esta empresa considero una falta de respeto el que ni si quiera me deis o propongáis una solución a mi problema, ya sea en tiempo o teletrabajo si de manera económica no se puede. Tengo una vida, y mi contrato no dice que he de trabajar fines de semana, y si se hace una hora extra, debería ser compensada económicamente o en horas.
Al Sr. Roig no le gustaron nada mis palabras y me insinuó que debería trabajar más en mis horas laborales para no tener que hacer horas extras, cosa que me irritó aún más.
―Estoy haciendo el trabajo de dos coordinadores a la vez por falta de personal, ¿y me dice esto? Pues quizás lo que haga sea marcharme, y a ver cómo lo hacéis sin mí y sin Ainhoa.
Ainhoa era una antigua compañera, también coordinadora, que había dejado el puesto por culpa del estrés, ¡literalmente se le había caído el pelo! Desde entonces, todas sus cuentas las llevaba yo, además de las mías, claro está.
―Aquí nadie está obligado a quedarse, pero piénsalo antes de hacer nada, sabes cómo está la vida desde que comenzó la pandemia, deberías dar las gracias por tener un puesto de trabajo.
―Esto no es un puesto de trabajo, es un puesto de esclavitud, no sois capaces de poneros en la piel de vuestros trabajadores, somos los que hacemos que esto funcione día a día, ¿y así tratáis a vuestro personal? ¡Normal que todo el mundo termine largándose de aquí, cogiendo bajas por depresión o cayéndoseles el pelo! ¿Pues sabes qué? ¡Se acabó, DI-MI-TO!
Me levanté, sacudí el pelo con una mano como si apartara una mosca, cogí el bolso, dejé el teléfono de empresa sobre la mesa del director y, sin más, me fui sin decir adiós, sin coger mis objetos personales de la mesa (una taza, un boli con un flamenco rosa peludo y una foto de mi hijo) y simplemente salí por la puerta, me metí en el coche y puse rumbo a mi casa.
Cuando el enfado se me pasó me sentí algo aturdida, había dejado mi puesto de trabajo, el sustento económico con el cual subsistíamos mi hijo y yo, pero me sentía orgullosa.
Por el camino vi un cartel en la marquesina de un autobús que decía: «Puedes volver a empezar, ley de segunda oportunidad, comienza de 0». El cartel era para esas personas que por problemas financieros no han podido pagar sus deudas, pero para mí fue como una señal divina, de esas que te envía el universo, había hecho lo correcto, era hora de empezar de 0, nunca mejor dicho. Llevaba tiempo queriendo dejar mi puesto de trabajo, pero después de separarme no me sentía con el valor suficiente para hacerlo y emprender un nuevo camino. Ese momento tampoco era el más apropiado por mi situación, tenía facturas, alquiler, colegio y mil gastos que afrontar, pero ¿cuándo lo sería? Así que esa conversación tan poco productiva con mi jefe fue el empujón que necesitaba. Dicen que para poder descubrir y convertirte en la persona que quieres ser, debes salir de tu zona de confort y tomar algún riesgo. Pues toma dos tazas de riesgo, rubia.
Llegué a casa. Ahí estaba Noah con Victoria, mi amiga y mejor amiga de Robert. Ella se encargaba de recoger a Noah del colegio desde que había vuelto al barrio dos meses atrás. Saludé a ambos con un fuerte abrazo. Victoria se asombró al veme llegar tan temprano. Dejé el bolso y fui directa a la cocina a coger una botella de vino.
―¡Qué pronto has llegado, cari! Y sacas una botella de vino, ¿te han dado el aumento? ―dijo sonriendo a la espera de buenas noticias.
―No, y ya no va a hacer falta que vayas el lunes a por Noah.
―¿Y eso? ―preguntó.
―Pues porque he dejado el trabajo.
―¡¡¡¡¿Qué dices, tía?!!!! ¿Y qué vas a hacer?
―Ahora mismo llamar a Lara para que venga, necesito refuerzos. ―Saqué el teléfono y mientras marcaba me tragué la primera copa de un trago.
Diez minutos después, Lara y su hija Noe llegaban a casa. La pobre vino corriendo al recibir mi mensaje, ya que solo le había puesto algo así como: «S.O.S., ven rápido, es urgente. P.D: Puedes traer a la niña».
Llegó sofocada, preocupada y algo descompuesta, no sabía qué sucedía. Cuando abrí la puerta, saludé a la pequeña Noe como si no pasara nada, la invité a ir a la habitación con Noah a jugar mientras ella hacía preguntas, tipo: ¿Por qué estás tan calmada? ¿Qué pasa? ¿Has hablado con Robert? ¿Qué está pasando?
―Di algo, joder, ¡me estás dando miedo!
Yo, completamente muda, llené una copa, se la di y le dije que había dejado el trabajo, que me había marchado para siempre. Me miró, miró a Victoria esperando confirmación visual por parte de esta de los nuevos acontecimientos y cuando se la dio, pegó un largo sorbo a su copa y se sentó.
―Chicas, necesito un plan, mi vida, para variar, se ha ido al garete. Creo que este año ya van tres veces, así que necesito un plan urgente, y obviamente a vosotras para que me ayudéis ―les dije.
Les expliqué los hechos sobre mi repentina marcha del trabajo. Después Lara y yo pusimos al día a Victoria sobre Robert y los mensajes del día anterior, y de paso les hable a ambas de Denis, pero solo porque Lara saco él tema.
Las dos me miraban mientras yo explicaba y exponía mi desastrosa vida, y les dije que sentía que había llegado el momento de cambiarlo todo, expliqué mi intuición al ver la señal del cartel y que creía que todo apuntaba a que debía hacer algo con mi vida, ya que ya no podía ir a peor… Necesitaba encontrarme, o quizás perderme, necesitaba algo y obviamente no sabía qué leches era, y por ello las necesitaba para ayudarme a entender qué estaba sucediendo y por dónde empezar.
Deliberamos un rato y decidí hacer una lista de cosas que se me daban bien, para ver si así surgía alguna idea interesante y descubrir qué podría hacer llegados a ese punto de mi vida. Serví otra copa y comencé a escribir.
Cosas que se me dan bien:
1. Beber
2. Montar escenitas cuando me tocan la moral
3. Ser una dramática
4. Gastar más dinero del que tengo
5. Subir fotos a Instagram con frases profundas
6. Comer hasta sentirme mal
7. Coleccionar ropa, zapatos y bolsos que jamás me pongo
8. Quejarme sobre la sociedad
9. Ser una intensa
10.
Todo era horrible. Una lista de 10, bueno no, de 9 cosas inútiles, ¡¿dónde se ha visto una lista que no llegue ni a 10?! Es que no tenía ni si quiera 10 cosas que se me dieran bien ¿aunque fueran horribles? El vino empezaba a hacerse visible pese a que quería tomármelo en serio. Al mostrar la lista a Lara y Victoria, comenzaron a reír.
―Veamos ―comenzó diciendo Lara―... Viendo la lista, ¿qué se puede hacer con un ser humano con dichas cualidades? Mmmmm... ¡Ya está! Siempre he dicho que serías la actriz de Hollywood perfecta, rubia, solo te falta algún trastorno alimenticio tipo bulimia y serías la candidata perfecta.
―Cari, en mi opinión sería mejor instagramer ―respondió Victoria.
―Chicas, por favor, tomáoslo en serio, estamos hablando de mi vida. Creo que me hare scort de lujo ―dije tirándome al suelo―. Con los gastos que tengo, no me quedará más remedio si no hago algo rápidamente con mi vida. Sí, seré prostituta, una puta alcohólica coleccionista de zapatos y bolsos caros, viviré de los hombres que me dan asco, ¿ese es mi triste destino? Puta y sola, para siempre. A este paso terminaré como la Veneno.
―No seas tan dramática, algo encontrarás, no hace falta que decidas hoy mismo que vas a hacer el resto de tu vida ―dijo Lara.
―Eso es verdad, nena, vales para todo, eres muy resolutiva, vales para mucho más que las mierdas esas que has puesto en esa lista, pero todo hay que decirlo, la lista tampoco es mentira, ¿eh, cari? ¡Ah, ya lo tengo: podrías montar un mercadillo si haces limpieza de armario! Te aseguro que para vivir un año mínimo te llegaría…
―¡Callaos ya, malditas, os odio a las dos! Bueno, no, en verdad os amo, gracias por estar aquí en este momento, gracias por aguantarme y... en fin, por todo, sois las mejores. Necesitaba esto, os necesitaba a vosotras.
―Anímate, rubia. ¡Brindemos! ―Lara levantó su copa, Victoria y yo la seguimos.
―¿Y por qué brindamos, porque mi vida es una mierda o porque solo tengo como opciones llegar a Hollywood y convertirme en una súper estrella bulímica, montar un mercadillo, convertirme en instagramer o hacerme furcia barata…?
―¿Pero no habías dicho scort? Esas son las caras, ¿no? ―dijo Victoria.
Las tres reímos, estaba claro que de aquella reunión de alcohólicas proclamadas no iba a salir la idea que pusiera en orden mi vida, pero las miraba, ahí sentadas en el suelo ―que, por cierto, no sé en qué momento habíamos terminado en la alfombra en lugar del sofá―, con sus copas de vino en la mano, riendo a carcajadas, revisando la lista una y otra vez, y me sentí realmente afortunada, mi vida era un desastre, sí, pero las tenía a ellas para recoger los pedazos que quedaban de mí cada vez que mi mundo se venía abajo, cada vez que mi corazón se hacía pedazos o cada vez que, como en se instante, sonaba el teléfono…
―¡Mierda, es Denis otra vez!
―¿El chulazo de Ibiza? ―preguntó Victoria―. ¡¡¡Cógelo, cógelo!!!
―No puedo, nena. Lara, ¿qué haces? ―grité al arrebatarme el móvil de las manos.
Descolgó.
―¿¿¿Sí??? Has llamado al teléfono de la rubia intensa, ¿quién la llama?
―Hola. Pues soy Denis, un amigo.
―Sí, sí, eres el chulazo de Ibiza, ¿no? El madero.
Le lancé un cojín a Lara, le quité el teléfono.
―Disculpa, Denis. Perdona a mi amiga, es una maldita borracha.
―Ja, ja, ja. ¿Qué tal, cuca? Me tenías preocupado, llevo desde ayer llamándote y enviándote mensajes. Te iba a preguntar si todo iba bien, pero por las risas de tus amigas, eso parece.
―Sí, perdona, he estado muy liada: el peque, las maletas, la vuelta al trabajo... Pensaba llamarte, pero… pero justo las chicas me han montado algo así como una minifiesta de bienvenida. ¿Tú qué tal? ―dije intentando disimular que ya iba bastante alcoholizada.
―Yo bien. Tranquila, si eso, cuando te quedes sola o cuando te apetezca, me llamas y hablamos, te dejo que disfrutes de tu bienvenida.
―O.k. ―respondí.
―Un beso, bonita, pasadlo bien...
―Gracias. Un beso, lindo.
Colgué el teléfono y comenzamos a reír.
―¿Ves, rubia? Por momentos así, merece la pena que tu vida se vaya a la mierda ―comentó Lara entre risas.
Se hizo algo tarde, así que les dimos de cenar a los peques. Una botella de vino más un par de horas después se marcharon, acosté a Noah y fui dando tumbos a mi habitación. Me tumbé en la cama y cogí mi móvil, quería leer los mensajes que Denis me había mandado ya que con mi dramática vida aún no había tenido fuerzas para mirar.
WhatsApp Denis poli Ibiza:
24 de septiembre de 2020
10:00. «Buenos días, bonita. Ya en Barcelona, imagino que contenta de ver a tu pequeño y de vuelta a la realidad, como decías. Espero que esa realidad sea buena y de paso te hayas llevado un buen recuerdo de la isla. Te mando un beso enorme, intensa».
14:35. «¿Qué tal, guapa? Imagino que estarás liada con la vuelta, pero quería decirte que me estoy acordando mucho de ti, espero ir en breve como te dije y poder verte, aunque sea por un día o dos. Besitos».
23:14. «Buenas noches, intensa… Espero que todo vaya bien».
25 de septiembre de 2020
9:01. «Buenos días. Si no me equivoco, ya estás trabajando. Vaya día para volver, ¿eh?, un viernes… Aunque imagino que así mejor, un día para acostumbrarse a la vuelta, poner en orden la agenda y fin de semana, así la vuelta no se hace tan dura, ¿no?, chica lista… Si tienes un rato luego a mediodía, o no sé, cuando te vaya bien, me das un toque, si no, te llamaré a la tarde. Espero no molestar. Besos».
16:35. «Tengo una duda: ¿me has bloqueado? Bueno, sigo viendo tu foto y te he visto en línea un par de veces, pero no se ponen en azul los ticks estos del WhatsApp y no respondes a mis mensajes ni coges el teléfono. Si quieres que no te escriba, solo tienes que decírmelo, no quiero ser pesado ni molestar. Bueno, intentaré llamarte luego. Si no lo coges, ya lo dejaré en tus manos. Un beso, preciosa, espero que todo vaya bien».
En ese momento mi cabeza daba vueltas y pensé: «¡Dios, soy una mala persona, borracha y mala persona! Él tan lindo, y yo aquí, mientras termino de destrozar mi vida me cojo un pedo y me olvido por completo de él después de la cita tan perfecta que tuvimos y ni le he contestado, ¿por qué la vida es así? Se lo he de preguntar, voy a responderle con un mensaje, ¡qué coño, le mando un audio!». Realmente pensé en mandar un audio, ya que no podía escribir, en aquel momento sé que pensé que era lo mejor, craso error.
Audio para Denis:
―Holaaa, maderitoooooo. Te envío un audio porqueeee... bueno, porqueee en verdad no veo las letras y te quería preguntar algo: ¿por qué no te conocí hace trece o catorce, o mejor aún veinte años? Nos habríamos casado y sido felices, lo sabes, ¿verdad? ¿Dónde mierda estabas metido? No me cuadra que seas de Barcelona y no te conociera antes. La vida es muy puta, ¡es... es... Ya sé lo que es, es una maldita scort, eso es lo que es, una maldita scort de lujo! Que sepas que lo pasé muy bien contigo, pero he vuelto… y la realidad no mola, no mola nada, además mi vida es un desastre, creo que me voy a volver a ir a Ibiza, o puede que a Hollywood, no lo tengo claro, donde no esté Robert ni su nueva novia, ni nadie, eso seguro, pero que sepas que te lo diré cuando lo sepa…
Bomba suelta.
Y así, después de enviar ese maravilloso, elocuente y encantador audio con voz de borracha modo experta, me quedé dormida, o más bien caí desmayada sobre las sabanas, teléfono en mano.
9:30 de la mañana. Noah vino a mi habitación reclamando el desayuno, me levanté con un dolor de cabeza considerable, obviamente producido por las dos botellas de vino, me tomé un ibuprofeno y comencé a preparar café y el vaso de leche de Noah. Entonces, un vago recuerdo vino a mi cabeza mientras cerraba el microondas, ¿le había enviado un audio a Denis? Corriendo fui a mi habitación en busca del móvil, pero no lo encontraba. Lancé las sabanas y revolví la cama hasta localizarlo, de algún modo había terminado debajo de la cama y para colmo estaba sin batería. «¡Mierda, mierda, mierda!», pensé. «Dime que no lo has hecho, por Dios, ¡dime que no lo has hecho!». Lo conecté al cargador y lo encendí. «¡Mierda, mierda, mierda! Dios mío, si de verdad existes, espero que no me hayas permitido mandarle nada». Comencé a rezar. «No lo he hecho, no lo he hecho…», repetía ya en voz alta creyendo que de este modo el deseo se haría realidad. El móvil se encendió.
«¡Joder, y tanto que lo he hecho!». Y Denis ya lo había oído. Además tenía una respuesta, también en audio, suya. Primero quise oír el mío para analizar los daños. Lo escuché completamente perpleja, no se podía caer más bajo, no se podía ser más destre, ¡¡¡no se puede ser así!!! Y todavía faltaba lo peor: escuchar su respuesta.
Audio de Denis:
―Ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja (literalmente un minuto de risas). Dios mío, he tenido que oírlo tres veces y aun así sigo sin entender gran parte del audio, bonita. No me esperaba un mensaje así, eres una borrachita muy divertida, creo que la vuelta a la realidad no te ha sentado muy bien, aunque realmente opino como tú, deberías volverte a Ibiza, o no sé, nos vamos a Hollywood si es lo que quieres ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ja, ya me explicarás todo cuando resucites, porque no entiendo ni la mitad del mensaje. ¿Y ese tal Robert? Bueno, puedo intuir que algún ex o algo. En fin, pequeña, descansa la borrachera y luego me cuentas. Besos, loquita.
Quería morirme, huir, desaparecer.... lo que fuera más rápido y menos vergonzoso, pero la verdad es que, después de escuchar tres veces, o puede que diez, su audio, me di cuenta de que, para haberle enviado un mensaje de esas características, su contestación era sorprendentemente normal, así que, pese a lo avergonzada que me sentía, me sacó una sonrisa.
No sabía que hacer, ¿llamarle, mandarle un audio, un texto de WhatsApp?… No sabía el formato en el que debía presentarle mis disculpas, pero estaba claro que debía hacerlo, así que, después de darle el desayuno a Noah y tomar el segundo café, me dispuse a realizar la llamada de la vergüenza.
―Hola, Denis. Antes de que digas nada… Emm... Lo siento, de verdad que lo siento, no sé por qué te mandé ese audio. Debes pensar que soy lo peor. Bueno, yo sé que lo soy, pero me hacía gracia que tú no lo supieras…, por lo menos de momento….
―Hombreeeee, ¿ya estás viva? ―dijo riendo―. ¿Pero por qué te disculpas? La verdad es que me ha hecho mucha gracia, esa vocecita me recordó al día del cumpleaños de tu amiga, reconocí al instante que estabas algo borrachita. Si te soy sincero, he escuchado el audio como veinte veces y sigo sin entender algunas partes, ja, ja, ja, ja. Pero bueno, cuéntame, parece que la fiestecita fue bien, pero el retorno no te ha gustado mucho, ¿no?
―Bueno, fiesta… Fue una mini reunión con un par de amigas que vinieron a consolarme.
―¿Consolarte?
―Si, resulta que ayer, que era mi primer día de vuelta al trabajo, discutí con mi jefe y me fui, es decir, me he despedido…
―Vaya… Pensé que sería que estabas triste por mí, je, je, je. Es coña, bonita. Cuéntame.
Estuvimos una hora y media hablando, se mostraba muy atento, le expliqué los motivos de mi marcha, le comenté que hacía tiempo que pensaba hacerlo y que, aunque estaba acojonada porque no sabía qué sería de mí, seguía pensando que había hecho bien. Me escuchó pacientemente, me dijo que me tomara un tiempo para averiguar qué quería hacer con mi vida, que no tuviera prisa.
―La vida es más sencilla de lo que parece, créeme, somos nosotros los que nos la complicamos. Tómate tu tiempo, lee, haz ejercicio… no sé, cualquier cosa que te motive y verás que todo se pone en su sitio. Seguramente cuando menos lo esperes sabrás qué camino has de coger, y cuando eso pase, no tendrás dudas, sigue tu instinto, cree en ti… Todo irá bien, te lo aseguro.
Como de costumbre, era un encanto. Ya el hecho de no tomarse mal el audio que parecía proceder del inframundo le daba como dos puntos positivos, hasta que ―cómo no― hizo la pregunta que temía:
―Por cierto ¿y qué pasa con Robert y su nueva novia?
Podría haberle dicho cualquier cosa inventado alguna historia, pero sin apenas conocerlo, había cogido mucha confianza con él y sentía que podía explicarle cualquier cosa, así que lo hice, le hablé de Robert, de nuestra relación, eso sí, sin centrarme en mis sentimientos. Siguiendo esa línea de hombre perfecto y comprensivo, pareció entenderme pese a que, por mi tono de voz, se podía percibir que la nueva situación de Robert me irritaba. Me dijo que, si era mi amigo, debía alegrarme por él pese a que fuera reciente. Después preguntó si era porque aún sentía algo hacia él. Le respondí que lo echaba de menos y que quizás, más que echarlo de menos como pareja, echaba de menos nuestras conversaciones ―obviamente, no iba a decirle que lo echaba de menos en la cama o que seguía queriéndolo―.
―Se supone que seguimos siendo amigos ―comenté―, pero no es lo mismo. Al haber tenido una especie de relación, ha cambiado la situación, ya no lo llamo cuando me apetece, y ahora, al aparecer alguien en su vida, me veré todavía más cohibida. En cierto modo me cabrea que ya esté rehaciendo su vida tan rápido, ¿tan poco he significado para él? Me parece muy feo que no haya esperado ni un día de mi vuelta de vacaciones para decírmelo. Sé que no debo pensar esas cosas, e imagino que por otro lado es lo mejor, ya que me demuestra lo poco que he sido para él, pero, sinceramente, no sé qué siento hacia él, me siento enfadada, molesta y furiosa en este momento y, sinceramente, no sé si solo lo quiero como amigo o lo quiero, pero después de esto ya no lo veo como mi amigo.
Hubo un par de segundos de silencio y prosiguió.
―Mira, cuca, la vida es como una guerra en la que hay mil batallas, pero al final estamos solos. Nadie puede librar tu lucha, claro que habrá compañeros que pelearán a tu lado por un tiempo, unos duraran más, otros menos, pero al final estamos solos y cada uno debe protegerse a sí mismo. Así que si en algún momento alguien necesita dejar de luchar por ti, lo más probable será que, para hacerlo, necesite dispararte. Claro está que te dolerá, pero si lo hace, solo puedes pedir que lo haga de frente, siendo sincero, y que con ese disparo no pretenda hacer más daño que el necesario. Con el tiempo te repondrás, sanarás, curarás tus heridas y seguirás adelante, así que si alguien te dispara y lo hace de ese modo, sin intentar dañar más de lo que toca, recuerda que posiblemente tampoco fue fácil para esa persona, y cuando esto pase, recuerda también que algún día puedes ser que la que se encuentre en esa situación seas tú y la pistola esté en tu mano.
Hubo otro silencio. Después busqué una excusa y me despedí de Denis. Él preguntó si estaba bien, a lo que obviamente respondí que sí. La verdad era que en ese momento no podía continuar con la conversación.
¿Era entonces un acto de amor la decisión de dispararme directamente al corazón y hablarme de su nueva relación? ¿Me había precipitado al pensar que no había significado nada para él y, por el contrario, al decírmelo, estaba demostrando que realmente le había importado? Y entonces, ¿era posible, al ser así, que se sintiera con la obligación de decírmelo pese a tener que pasar por el mal trago? Puede que Denis tuviera razón y yo estuviera centrándome únicamente en mi dolor, en mi sufrimiento, sin pensar por un segundo en que él también lo había pasado mal con todo esto. Quizás el único comportamiento egoísta había sido el mío. En ese momento comprendí que mi enfado no era con Robert, ni siquiera hacia la desconocida que le había robado el corazón, quizás solo estaba enfadada conmigo misma y quizás, solo quizás, el mayor acto de amor que podía tener hacia él era dejarlo marchar.


Con ganas de más capítulos 😘😘😘