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Capítulo III. Bye Ibiza Bye

  • Foto del escritor: malditaintensa
    malditaintensa
  • 16 mar 2021
  • 21 Min. de lectura

Actualizado: 19 mar 2021



El penúltimo día en la isla desperté sobre las 8 a.m. habiendo descansado más y mejor que en semanas. Ni rastro de las pesadillas que solían acompañar mis noches, solo me desvelé una vez, y fue porque necesitaba ir al baño.

Al abrir los ojos me quedé un rato tumbada, mirando el pequeño reflejo de luz que se veía a través de la ventana, algo extraño, ya que lo normal en mí es ponerme en pie nada más despertar, no soy de esas que se quedan remoloneando en la cama si no tengo compañía.

Estaba descansada, me sentía tranquila, una sensación de bienestar impropia de mí, quizás causada por las siete inmersiones desnuda en el mar, o puede que los dioses de Kat escucharan su plegaria. Quizás fueron ambas cosas, la verdad es que después de eso mis pensamientos habían cambiado, no me sentía tan agobiada, llevaba rato sin pensar obsesivamente en Robert; es más, no miré las redes sociales ni para ver su perfil ni para comprobar que él miraba mis estados desde que fuimos a buscar a las chicas al apartamento, antes de ir a la playa, todo un récord para mí, ¡llevaba sin mirar ni publicar en Instagram más de diez horas!

Me puse en pie y salí al balcón. Corría un aroma a jazmín que me transportó a mi niñez, cuando todo era sencillo. Comencé a observar a la gente que pasaba por la calle, los coches, los pájaros. Observaba todo maravillada, como si hubiera estado encerrada durante años, todo parecía bello, las cosas más simples, como una pareja con un carrito de bebé, un coche descapotable de infarto con un señor mayor al volante, dos señoras mayores riendo a carcajadas…, todo me parecía curioso, divertido, bonito… ¿Qué me sucedía? La verdad, no sabía por qué, pero me sentía mejor, así que simplemente disfruté de esa sensación. Me metí en la ducha y, dejando caer el agua por mi espalda, la sensación parecía incrementarse, notaba el agua recorriendo mi cuerpo, sentía cada gota que caía por mi rostro cuando entró Lucía en el baño.

―Churri, no es por joder, pero me estoy cagando y tu teléfono no deja de sonar - dijo mientras daba saltitos de impaciencia.

―Tranquila, salgo en nada.

―Por tu bien…, más te vale ―respondió ella.

Salí del baño envuelta en la toalla, con el pelo mojado goteándome la espalda. Sin ninguna prisa cogí el teléfono para ver quién era. Tenía dos llamadas perdidas y unos cuantos wasaps de Denis:

«Buenos días, listilla. En vista de que no coges el teléfono, estoy pensando en mandar una patrulla a tu apartamento, diré que han dado aviso de drogas o algo por el estilo… Con la policía no se juega 😊».

«Por cierto, recuerda que sé dónde es, sé el número del apartamento y sé perfectamente dónde está tu cama».

«Uyyy..., ¿me darás plantón?».

No puede evitar sonreír al leer sus mensajes.

«Buenos días, señor agente. Disculpe no haber contestado a las llamadas ni a los mensajes, pero me estaba dando una ducha, creo que todavía no es ilegal; si, por lo contrario, lo fuera, creo que debería, con urgencia, mandar esa patrulla, pero siendo su día de fiesta..., ¿sería usted capaz de venir por causas laborales?».

«Por el momento no está prohibido, pero bajo mi opinión profesional, creo que esa ducha debería haber sido supervisada por un agente, por prevención. Una lástima que hayas salido ya, estaba pensando en hacer horas extras…».

«Tranquilo, señor agente, todo ha ido de manera correcta, creo que puede estar tranquilo».

«Jejejeje, me alegro. Al final, el que va a necesitar una ducha fría soy yo, jejeje. Cambiando de tema… ¿Podré ver su cara de… ―¿cómo era? ¡Ah, sí!― intensa y listilla hoy?».

«Aún no hemos decidido qué haremos… Si quieres, hablo con las chicas y te cuento».

«¿Y si… en lugar de hablar con ellas me dejas ser el malo por un día y... No sé… ¿Secuestrarte? Si crees que es viable… Me encantaría pasar el día o unas horitas contigo, a solas… a ser posible».

Tumbada en la cama con la toalla húmeda, cual quinceañera mirando la pantalla del móvil, comencé a cantarles los mensajes a Elena y a Lucía, que seguía en el baño.

―Chicas, ¿qué hago? ―dije gritando.

―¿En serio, Julieta? Ya estás tardando en contestar y decirle que venga a buscarte. ¡No me jodas! A nosotras nos tienes muy vistas, ¡¡ve a follar, coño!! ―gritó Lucía saliendo del baño aún con las bragas por las rodillas y lanzándome el rollo de papel higiénico.

―Claro, nena. Ve y disfruta, te lo mereces ―recalcó Elena.

Me sentía nerviosa y Elena trató de relajarme:

―No lo vas a volver a ver, nena. Esto es Ibiza, ve, que te invite a comer, que te haga sentir como una princesa y, si encaja..., te lo tiras, eso que te llevas… ¡Joder, me estás dando envidia! Anda, contéstale ya o, si no, lo haré yo.

Tenía razón, no lo iba a volver a ver, así que los nervios, aunque aún presentes, bajaron de intensidad. No lo volvería a ver, no sería más que eso, un rollo de Ibiza y en Ibiza quedaría. Así que, intentando no pensar mucho más, les dije mientras me ponía en pie de un salto:

―Tenéis razón, le voy a decir que sí. Se pusieron a saltar de alegría y fueron corriendo a contárselo a las chicas que se encontraban en el otro apartamento. Mientras tanto, yo seguí intercambiando mensajes con Denis.

«Perdona, les estaba diciendo a las chicas que me voy contigo 😊😊😊».

« ¡¿En serio?! Por un momento pensé que me dirías que no. Pero me alegra haberme equivocado, ¿Cuándo paso a recogerla, señorita?».

«Pues no lo sé, depende del plan… ¿Qué quiere hacer conmigo el señor agente?».

«Eso mejor no te lo digo… Y hoy, como ya te he dicho, no seré el señor agente de la ley, sino tu secuestrador personal».

«Uyyy... Miedo me das. Pero, en serio…, más que nada por saber si me llevo ropa de playa, tacones, zapatillas… Ya sabes…, algo de información no estaría mal».

«Disculpa, olvidaba que las mujeres estáis un poco locas. Por cierto, te he localizado en Insta. Me gustan tus fotos...».

Por un segundo recordé a Robert, él me había sacado casi todas las fotos que había publicadas en mi perfil. Cualquier pequeño detalle me hacía pensar en él, pero yo me esforzaba por apartarlo de mis pensamientos, había decidido pasar página de un modo u otro.

«Sigues sin contestar a mi pregunta…», le respondí.

«¡Qué complicadas sois las mujeres! Veamos... Pues vístete normal, como se visten las personas normales, ¿crees que podrás hacerlo? Llévate, eso sí, bikini y toalla por si acaso».

«¿Normal? No te aseguro nada, pero lo intentaré. Veamos, son las 9:30, iré a desayunar con las chicas y, si te parece, me recoges sobre las… ¿12?».

«¡Hecho! Disfruta del desayuno, guapa, te veo en un rato».

Mandó un par de emoticonos con besos en forma de corazón.

Fui corriendo al otro apartamento para explicar a las chicas cómo había terminado la conversación y, ya de paso, pedirles ayuda. ¿Qué se suponía que debía ponerme? Con la escasa información que le había podido sacar, no lo tenía muy claro.

Estaba excitada, emocionada y aturdida, hacía unos doce años que no tenía una primera cita. A Robert ya lo conocía, y nuestro encuentro no fue una cita al uso, simplemente fue un reencuentro de amigos que terminó en sexo y después, con el confinamiento, en lo que fuera que fuimos.

Bajamos a desayunar. Tenía el estómago completamente cerrado, pero como ya estaba duchada, disponía de aproximadamente una hora para tomar un café rápido, recibir apoyo moral y decidir el outfit, y una hora más para peinarme, vestirme y maquillarme.

Debíamos tener en cuenta que no estábamos en casa y el vestuario era limitado. Por suerte, cada vez que hago un viaje llevo ropa como para un mes aunque solo me vaya por un par de días… Y es que nunca sabes qué puede pasar…

Cada una tenía su opinión sobre el estilismo apropiado. Kat opinaba que, al estar en Ibiza, lo mejor sería llevar un vestidito ibicenco y chanclas; Daniela que un tejano, una camiseta y deportivas.

―Rollito casual, nena ―dijo mientras buscaba imágenes en Google para mostrarme con más detalles su idea.

―Pues yo me pondría una falda con una camiseta sencilla y deportivas ―replicó Eva.

―El chico es alto, los zapatos de cuña mucho mejor con cualquier cosa que habéis dicho, ¡¡pero cuñas!!! ―opinó Jessica por otro lado.

Mientras las escuchaba, intentaba recordar lo que había metido en la maleta.

―¿Por qué no un vestido playero y el bikini debajo? Te lo puedes poner con cuñas para que quede más arregladito, y si vais a la playa te llevas las chanclas en el bolso y listo ―comentó Irene.

Lucía, al verme la cara de desesperación, dijo:

―Yo iría desnuda.

Sus recomendaciones, pese a sus esfuerzos, me pusieron aún más nerviosa, así que decidí tomar el café rápidamente para volver al apartamento lo antes posible y así decidir por mí misma. Estaba realmente nerviosa, así que como mucho media hora después ya había regresado al apartamento.


Abrí la maleta y empecé a probarme todo lo que tenía. Obviamente nada me gustaba, pero después de poner la habitación patas arriba con ropa tirada por todas partes, unos cuarenta minutos después terminé por decidirme ―cómo no― por lo primero que me había probado: una camisa amplia de raya diplomática y manga tres cuartos como vestido. Opté por ponerme la parte de abajo del bikini, ya que el vestido camisero era bastante corto, así me sentiría más segura. Si, por lo que fuera, en algún descuido se me subía el vestido y se me veía el culo, no pasaría nada, ya que era un bikini ―razonamiento totalmente lógico―, además de lo práctico que sería si terminaba en la playa. La parte de arriba del bikini, junto con la toalla, la metí en un bolso de mimbre que me presto Eva, y en su lugar me puse un top lencero del mismo color que el bikini, negro, para poder dejar algo entreabierta la camisa y darle un toque sexy. Lo combiné todo con las únicas deportivas que había traído, una Reebok blancas. Metí mi documentación, el dinero y el móvil en un mini bolsito y, por si acaso, las cuñas en el bolso de mimbre… ¿Quién sabe? Tenía que estar preparada para todo, no sabía dónde pensaba llevarme. Entonces pensé: «Por si acaso, voy a llevar un short, una camiseta y... ¡¡ropa interior, claro!!… ¡Pensará que estoy loca, pero es que es muy difícil decidir sin saber a dónde me lleva». No quería ir en deportivas a un restaurante elegante ni desentonar si iba a un chiringuito. «Prefiero que crea que estoy loca antes de ir pareciendo una cateta por Ibiza», me dije.

El pelo lo ondulé como pude con las planchas, ya que la humedad de la isla te deja el pelo fatal. Intenté no alisármelo para que no se me bufara y terminara pareciendo que había metido los dedos en un enchufe, las ondas surferas son lo mejor en estos casos.

Dos horas después, a las 12 menos 10 minutos exactamente, estaba lista. Me había olvidado el perfume, así que utilicé Mademoiselle, de Chanel, de Daniela. A las 11:55 sonó mi móvil.

―¿Sí? Ejem.

―¿Lista? ―preguntó Denis.

―¡Por supuesto! ―respondí yo.

―Baja, te estoy esperando.

Nerviosa, revisé mi maquillaje y mi ropa en el espejo del ascensor. Me puse las gafas de sol y salí. Ahí estaba él, en un Audi a3 sport negro. Al verle, sonreí y, con la suerte que me caracteriza, tropecé, una vez más delante de él, en el escalón que había fuera, lo cual, y como era de esperar, no le pasó desapercibido. Vi cómo sonreía y miraba hacia delante por un segundo. Entonces salió del coche.

―Hola chica lista pero torpe ―dijo sonriendo, mostrando su dentadura perfecta.

―¡No te rías! ―dije como una niña rascándome la cabeza―. No sé qué pinta ese escalón ahí.

Sonriendo, cogió mi mano y me atrajo hacia él. Me besó. Me gustó… ¿¡Qué digo!? Me encantó, no recordaba cómo besaba y hubiera sido una total decepción si no hubiera sido así, es algo en lo que me fijo mucho, no todos besan bien, algunos chicos te meten la lengua y dan vueltas como si fuera un molinillo; otros directamente te chupan la campanilla o te babosean la cara… Él besaba lento, pero no demasiado, como el que saborea una fruta jugosa. Además me dio un pequeño mordisquito en el labio inferior que me encantó… Se apartó, me miró fijamente y sonrió.

―Estás preciosas. ¿Ves cómo no era tan difícil?

―Gracias, no sabía qué ponerme... Tú también estás muy guapo, por cierto.

Iba vestido con un pantalón pirata beige y una camisa blanca, estaba realmente guapo. Y como un caballero, me abrió la puerta del copiloto para que subiera al coche.

―Bueno, ¿me vas a decir a dónde vamos? ―le dije.

―Tú solo fíate de mí ―respondió.

―Ok. No sé por qué, pero lo haré...

Condujo gran parte del camino poniendo su mano sobre mi rodilla. Me preguntó por mi vida en Barcelona y, aunque no le conté gran cosa, le dije lo esencial, que tenía un hijo de seis años, que estaba separada y que trabajaba como coordinadora de eventos, un trabajo muy estresante. Mientras le hablaba, él me iba mirando y solo soltaba mi rodilla para cambiar de marcha. Me quedaba embobada mirando sus ojos, ¿por qué eran tan azules? ¿Sería el sol que le daba de frente? Jamás había visto unos ojos tan profundos. Él me explicó que se había mudado a Ibiza después de que su mujer falleciera, hacía ya tres años. Se había quedado solo con su hija siendo aún muy pequeña. Me quedé helada, ¡¡era viudo!! «Papá y viudo…tan joven», pensé. Me explicó que su mujer había fallecido en un trágico accidente y, después de aquello, se cansó de que todo el mundo lo tratara como si fuera de cristal, con demasiado cuidado y como con lástima, así que decidió marcharse con su hija y empezar de cero lejos de todo. Realmente en ese momento no sabía si necesitaba tanta información, solo quería olvidar a Robert, no enamorarme y todo aquel que me conoce sabe que me pierde un tío bueno con dramas, pese a que, por lo general, el tipo de hombres con los que me he cruzado y sus dramas son más bien diferentes: drogas, sexo y alcohol. Obviamente todos terminaban siendo un desastre. Robert, por el contrario, venía sin dramas drásticos y eso me gustaba; además, creía que era la persona más semejante a mí que había conocido: un chico muy independiente, como yo, divertido, al que le gustaba disfrutar de la vida. O quizás fuera porque nos conocíamos de hacía años y era mi amigo antes de ser… Bueno, no sé ni lo que fuimos, pero nos lo contamos todo… Sabía las cosas más turbias de mí, mis miedos y mis deseos más profundos, había hecho cosas con él que jamás hubiera sido capaz de hacer con nadie más, y creo que a él le pasaba algo semejante conmigo hasta que me dejó tirada cual colilla. Pero con él no me sentí juzgada. Denis, en cambio, venía con drama incorporado ―¡y vaya drama!―, pero era completamente nuevo para mí, él no iba de RocknRolla ni de gánster por la vida, me hablaba bonito, me miraba a los ojos, ¡me abrió la puerta del coche, joder! ¿Quién hace eso hoy día? Tenía un aire de misterio que me hacía querer saber más sobre él. Había estado con muchos hombres a lo largo de mi vida, pero no solían ser tan educados, no sé por qué él era diferente, muy respetuoso, pero tenía un puntito canalla y divertido, aunque siempre educado y correcto. Empecé a sentirme muy cómoda, los nervios desaparecieron antes incluso de bajar del coche.

Condujo hacia la parte norte de la isla y paramos en Sant Joan, un pueblito pequeño pero encantador con casas encaladas unas a otras de blanco radiante. Paseamos por el pueblo hasta llegar al estanco, donde compró una botella de hierbas ibicencas que me regaló; según él, no podía irme de vuelta a Barcelona sin probar las mejores hierbas de la isla, que, por lo visto, se encontraban en ese establecimiento. Proseguimos hasta llegar a la iglesia. Yo no es que sea muy religiosa, pero mi madre sí lo es, así que tengo cierta cultura religiosa. Me encantó admirar la sencillez de la iglesia mientras me daba clases de historia y me contaba cómo y por qué se había construido. Encendimos un par de velas y nos fuimos. Sobre la una y media de mediodía dimos por terminada la visita al pueblo de Sant Joan. Después del paseíto turístico me moría por tomar una copa de vino, así que nos dirigimos al coche. Una vez en él, por fin volvió a besarme, desde que me había recogido no lo había vuelto a hacer y la verdad es que moría de ganas.

―¿Estás preparada? Esto solo ha sido para que creas que estas a salvo, ahora te fías de mí y no te has dado cuenta de que ya eres mía ―dijo él y arrancó.

Creo recordar que no dije nada, solo sonreí, y cuando puso de vuelta la mano en mi rodilla, aceleró, entonces subió un poco más la mano, tanto que casi rozaba mi ingle, me miró y cogí aire profundamente. Mi pulso se aceleró como él aceleraba el coche, era cierto, ya era suya... No le habría dicho que no a nada en ese momento. ¿Me había conquistado con ese tonto paseo? «¡Qué facilona soy», pensé. Entonces quitó la mano y dijo:

―¡Bah! voy a ser bueno, que tenemos reserva y si no dejo de tocarte, terminaré parando el coche y el menú del día vas a ser tú.

Yo sonreía, me había puesto a mil solo con ese pequeño gesto, sentía mi pulso acelerado, no sabía si quería ir al restaurante o decirle directamente que parara en el arcén y que me empotrara sobre el capó, pero intenté comportarme como una señorita y no dije nada, solo subí el volumen y crucé las piernas.

Fuimos a Na Xamena. Me llevó al Hotel Hacienda que se encuentra espectacularmente situado al borde de un abrupto acantilado a unos ochenta metros de altura sobre el nivel del mar, aunque no se hizo evidente hasta que no llegamos a la cima. La carretera transcurría entre grandes pinares que no me dejaron intuir esa maravillosa y fascinante localización. Era un lugar elegante y exótico, exuberantemente amueblado con estilos hindú e indonesio y otros bonitos objetos orientales, con cierta influencia andaluza que se hacía evidente en sus patios interiores con palmeras, y una estupenda piscina con unas vistas realmente espectaculares. Estaba prácticamente vacío y eso nos dio la intimidad deseada.

―¿Quieres un vino blanco? ―me dijo.

―Siempre ―respondí sonriendo.

Fuimos a la zona de la piscina, me llevó a una maravillosa cama balinesa donde me acomodé. Denis se marchó por un segundo y mientras volvía se acercó a la mesa un amable camarero con una cubitera, una botella de vino blanco y dos copas. Me puso un poco para que lo probara y le di el visto bueno. Después nos sirvió. Justo cuando dejé la copa en la mesa, vi cómo Denis regresaba con mi bolso de mimbre en la mano.

―Intuyo que aquí llevaras el bikini, y después del paseíto, el calor que hace y teniendo esta espectacular piscina delante, querrás darte un baño.

―Por supuesto ―respondí―. Muy amable por ir a por mi bolso. Además tienes razón, esta piscina es espectacular, ¡¡mira qué vistas!! Bueno, supongo que ya lo conocías, ¿no?

Imaginaba que no sería la primera chica que llevaba a aquel lugar tan maravilloso, pero para mi sorpresa respondió:

―La verdad es que no, no había venido nunca. Había visto fotos y me habían hablado del lugar, pero no había venido.

Me sentí halagada por que me hubiera traído a mí, aunque extrañada.

La cita era más romántica de lo esperado. Acostumbrada a hombres que van… a saco, él era ―¿cómo decirlo?―... muy correcto, pero no se hacía nada pesado; al contrario, todo era demasiado perfecto, en todo momento sentía ganas de averiguar qué vendría después. Me sentía intrigada, pero no niego que pensé: «¿esto hace por una chica a la que no va a volver a ver, vamos un rollo de un día o día y medio?». Pero me sentía muy cómoda, así que decidí no pensar demasiado y simplemente dejarme llevar.

Bebimos un par de copas y fui a ponerme la parte que me faltaba del bikini. Al volver, él estaba esperando ya con el traje de baño puesto, tumbado en la cama balinesa con la copa de vino en la mano. Mientras me acercaba se incorporó, me sirvió otra copa y se puso en pie. Brindamos. Entonces me quitó la copa y puso ambas en la mesita. Después, sin más, estrechó entre sus manos mi cara y me besó.

―Eres muy sexy, listilla ―dijo cogiéndome en brazos como una princesita y se lanzó al agua conmigo en brazos.

Sin querer di un pequeño gritito. Nos reímos.

En el agua nos besamos y nos rozamos mucho. El hotel estaba casi vacío, pero no del todo, así que tuvimos que controlarnos, era evidente que ambos teníamos ganas de más. El vino, el agua, las vistas... todo acompañaba. Jugueteamos durante un rato y después salimos a secarnos y prepararnos para comer. Serían las 15:30. Las horas pasaban volando.

Nos dieron la mesa, y él, en lugar de sentarse frente a mí, como sería lo lógico, puso su silla a mi lado, dijo que quería estar cerca de mí, quería aprovechar todo momento para estar cerca y poder tocarme. Me miraba y hablaba de una manera que me desconcertaba. Nos trajeron la carta y pedimos. Estuvo sentado junto a mí hasta que trajeron la comida, entonces se disculpó con el camarero por mover el mobiliario y colocó su silla frente a mí. Estuvo todo el tiempo muy dulce, quizás demasiado, pero lo extraño es que eso no me incomodó. Me considero una persona cariñosa cuando hay confianza, pero con un rollo de un día jamás hubiera sido tan receptiva en ese aspecto, es más, creo que me habría sentido incómoda, pero a medida que transcurría el día, mejor me sentía con él, y que fuera tan atento me hacía sentir como una verdadera princesa. Creo que ningún hombre al que yo correspondiera me había tratado tan bien.

Trajeron la comida, y justo antes de probarla me dijo que tenía algo que confesarme.

―He reservado una habitación en el hotel, espero que no te importe, pero creo que el lugar es especial y me gustaría pasar el día aquí contigo. Si te tienes que marchar o no te apetece, puedo cancelarla ―me dijo.

―¿La verdad? Me encanta la idea ―dije con una sonrisa tímida―. Me siento muy a gusto y, viendo lo maravilloso del lugar, no me quiero ni imaginar cómo deben de ser las habitaciones. Me parece una buena idea.

Sonrió, brindamos y comenzamos a comer.

Todo era exquisito, pero realmente lo único que me apetecía desde que me había dado la noticia era ver la habitación. No pedimos postre. Terminamos de comer y fuimos a recepción a pedir la llave.

Subimos a la suite, que era realmente impresionante, decorada en blanco, con una mesa con pie de tronco de árbol y cristal sobre este. Toda la habitación era de un blanco impoluto, con algunos detalles en madera, y lo mejor: un jacuzzi frente a la cama, encarado al balcón, que tenía unas vistas al mar de infarto. No me podía creer todo lo que estaba pasando ese día. Era una habitación de lujo, debía de tener unos 30 metros. He visto apartamentos en Barcelona más pequeños, ¡he vivido en apartamentos más pequeños! Me preguntaba cuánto le habría costado. Le pregunté sobre el precio, no me parecía bien que corriera con todos los gastos, no soy de ese tipo de chicas pese a que no me dio opción.


Mientras miraba las vistas, impresionada por la imagen que tenía frente a mí, empezó a besarme el cuello como si supiera que es mi debilidad. Solo pude suspirar y dejarme llevar... Me sentía como debe sentirse Beyoncé en un día cualquiera, sí, pero siendo Beyoncé, mimada, cuidada y rodeada de lujo, todo era embriagador.

Mientras me besaba, me llevó hacia la cama, me tumbó y comenzó a desabrochar los botones de mi camisa. Las ganas que teníamos el uno del otro eran evidentes. Me acariciaba mientras me miraba fijamente a los ojos, no apartaba su mirada de mí, notaba su respiración acelerada y, pese a que por un segundo llegué a pensar que quizás al ser tan educadito podría ser algo soso, no fue así; al parecer, la educación la abandona cuando cruza la puerta de la habitación.

Sé de sobra que puedo aparentar ser bastante mandona, y así es en mi vida cotidiana y por mi trabajo, cierto es que lo soy, pero en cuanto al tema sexual, si un hombre se deja dominar por mí y no me da caña, termina por aburrirme, así que me sorprendió, todo fue genial, y más para ser la primera vez. Pocos hombres pueden decir, siendo verdad, que me hayan hecho disfrutar... Creo que he fingido más veces de las que me he corrido. Con el único que eso no me sucedía jamás era con Robert, que parecía tener un don para dar placer, quizás por eso estaba tan enganchada a él. Sinceramente, creía que nadie podría hacerme disfrutar tanto como lo había hecho él. Denis no era Robert, pero me encantó.

Al terminar llenamos el precioso jacuzzi y nos metimos en él relajados. Pasamos mucho rato bromeando y hablando, era extraño pensar que lo acabara de conocer, sentía como si hiciera años que nos conocíamos, nada en él me desagradaba; es más, no quería que terminara el día.

Miré la hora. Eran las siete y media de la tarde, entonces pensé que debía mirar el móvil. Las chicas tenían que estar alucinando, preocupadas y posiblemente histéricas, no les había dicho nada en todo el día, no había cogido el móvil en ningún momento, salvo para sacar un par de fotos en el pueblo y otras a la llegada del hotel.

WhatsApp grupo Old School

14:30. Jessy: «¿Cómo va, zorricienta, ¿ya has comido? Jajaja ¡cuéntanos!».

16:19. Elena: «¡Nenaaaa, tienes que estar muy bien!, ¿eh, perra? Que no dices nada. Jajaja. Disfruta, maldita».

16:19. Daniela: «Envíanos fotos, anda. Si son muy hot... no pasa nada. Jajaja».

16:20. Sandra: «¿Qué nos hemos perdido?».

16:20. Montse: «¿¿Cómooooo?? Explicadlo todo».

16:20. Kat: «Uyyy, no lo sabes bien. Te has perdido, y mucho. Eso os pasa por no venir a Ibiza. Jajajaja».

16:20. Sandra: «Joder, ¿pero dónde está Julieta?, ¿no está con vosotras?, ¿está con alguien? ¡No entiendo nada, no nos dejéis así!».

16:20. Daniela: «Jajaja. Ya te contará ella».

16:21. Jessy: «Nada de eso, lo que pasa en Ibiza se queda en Ibiza. Joderos, cariños, haber venido».

16:21. Montse: «☹☹».

Whatsapp grupo Cumple Eva:

16:30. Jessy: «Nena, perdona, me confundí de grupo... Disculpa».

18:23. Daniela: «Nena, ¿estás viva o te han matado de un pollazo? Dinos algo, anda, que no queremos interrumpir y llamar, pero es que no dices nada de nada. Recuerdas que mañana a las 19 h sale el avión de vuelta, ¿no? Disfruta, anda».

19:32. Julieta: «Chicas, perdonad, se me ha ido el santo al cielo. Estoy genial, la verdad, y no, no he muerto, aunque esto parece el maldito cielo. Ya os contaré. No sé a qué hora volveré, jejejeje, estoy en un hotel, pero iré temprano para recoger...».

19:32. Kat: «Bien por ti, amor. Dinos dónde por si no apareces y tenemos que ir a buscarte, jajajaja».

19:32. Julieta: «Hotel Hacienda».

19:40. Elena: «¡Hija de puta, vaya hotel! Lo acabamos de buscar en Google, ¿en serio estás ahí? Entonces, ¿no vienes a dormir, no? Pero no llegues muy tarde mañana, que nos vamos».

19:45. Julieta: «No, no, tranquilas».


Estuvimos viendo la puesta de sol desde la misma habitación, teníamos unas vistas privilegiadas. Hice un par de fotos que envié a las chicas y subí a las historias de Instagram. Por un momento, solo por un momento, miré el perfil de Robert, pero corriendo, ni tan solo abrí sus historias, salí de él diciéndome a mí misma que me daba igual.

Pedimos que nos subieran comida y cenamos en la terraza. Hablamos de todo y de nada a la vez: de la vida, del confinamiento, de amores... No salimos de la habitación para nada, aprovechamos el momento y, pese a que hablamos durante mucho rato, también tuvimos mucho pero que muchísimo sexo. Fue una noche, bueno, mejor dicho, un día perfecto.

Ambos teníamos que madrugar, él porque al día siguiente trabajaba, y yo... volvía a Barcelona. Por un momento sentí pena de tener que volver a la realidad, pero llevaba sin ver a mi hijo siete días y obviamente sentía muchísimas ganas de verlo. Denis me dijo que en breve iría a ver sus padres y que le gustaría poder verme cuando fuera a Barcelona, a lo que contesté que estaría encantada de volverlo a ver. Sobre las 4 am, después de hacerlo por última vez, me quedé dormida sobre su pecho.

Habíamos puesto la alarma del móvil a las 8:30, pero él me despertó sobre las 8 acariciándome, y supongo que tuvimos el polvo de despedida.

Nos duchamos y bajamos a tomar un café al bar. El camino de vuelta a mi apartamento fue algo nostálgico, me miraba y me decía que era una pena que tuviera que irme, que lo había pasado genial y que era una lástima que aquel fuera mi último día en la isla. La verdad es que yo también lo pensaba, pero no dije nada.

Llegamos a los apartamentos sobre las 9:45. Bajamos del coche y, apoyado en la carrocería, rodeó mi cintura con sus manos y me besó.

―Me encanta besarte. Bueno, tú me has encantado, es una verdadera pena que te vayas.

―Lo sé ―dije yo―, pero hay que volver a la realidad.

―Bueno, listilla, dejaré que vuelvas a la realidad, pero iré a Barcelona y pienso ir a verte, quedas advertida.

―Más te vale... ―respondí.

Volvimos a besarnos apasionadamente y, antes de irse, me abrazó. Después, de un modo cariñoso, me besó en la frente.

―Ciao, lindo... Te veo en Barcelona.

―Ciao, cuca, no lo dudes.

Mientras se metía de vuelta en el coche, yo caminé hacia la puerta mirando cómo se alejaba. Cuando giró la esquina suspiré... ¿Había pasado de verdad? Todo parecía un sueño. Le di al botón del ascensor mil veces, como si de ese modo fuera a llegar antes, moría de ganas de ver a las chicas y explicarles cómo había sido mi día. Cuando llegué a nuestra planta, estaban las dos puertas de los apartamentos abiertas. Fui a mi apartamento, pero en él no había nadie, así que me dirigí hacia el otro. Al verme llegar todas empezaron a gritar y dar saltitos de alegría, me abrazaron y felicitaron como si por tener sexo hubiera ganado un premio. No quise explicarles con detalle, simplemente les dije que había sido perfecto, así que decidimos terminar de recoger y bajar a desayunar, en el bar, de una manera relajada, les explicaría mi espectacular cita con todo lujo de detalles.

Recogimos, metimos en las maletas ropa, enseres de baño y las compras de cualquier manera. Ya estaba duchada, así que simplemente me cambié de ropa y revisé para no dejar nada en ningún rincón. Sobre las 11:00 h dejamos los apartamentos, metimos las maletas en el coche y nos dirigimos al bar de cada día a tomar el último desayuno, aunque por la hora ya era más bien un último almuerzo.

Comencé explicándoles la visita al pueblo, el paseo, la botella que me regaló... Ellas escuchaban boquiabiertas y solo emitían algún ruidito, tipo «ooooh», «ayyyy», como si estuvieran viendo una película o un video de gatitos por Youtube. Después les expliqué lo maravilloso del hotel, la piscina, la comida, el jacuzzi, el sexo... ¡¡todo!! Era divertido verlas calladas, boquiabiertas, sorbiendo el café, aunque se revolucionaron cuando comencé a hablarles del sexo. Me pidieron mil detalles que yo obviamente les di, aunque guardé algunas cositas para mí. Les conté todo con pelos y señales: cuántas veces lo hicimos, ubicaciones, posturas y demás, ¿quién no le explica eso a sus amigas?

Cuando terminamos el desayuno serían aproximadamente las 12:30h, así que decidimos ir a Budah a comer, pero primero pasarnos por la playa para decir adiós al mar y a despedirnos de Ibiza.

Nos metimos en el agua desnudas una vez más, no llevábamos bikini, pero tampoco nos importaba. No lo pensamos mucho, nos desnudamos y nos metimos en el agua para hacer una vez más las siete inmersiones. Finalizado el ritual, salimos, miramos al mar con nostalgia, nos abrazamos y dimos las gracias por el viaje. Decidimos vestirnos, ya que unos hombres que pasaban por ahí comenzaron a gritarnos groserías al vernos desnudas. Cómo no, nosotras los mandamos a paseo, no queríamos que nos quitaran esa paz que habíamos obtenido con nuestro ritual, así que nos vestimos y fuimos para Budha.

Pedimos unos vermuts y brindamos por todo lo vivido en la isla. Elena en ese momento dijo que deberíamos habernos hecho un tattoo para recordar el viaje, a lo que Kat respondió:

―Hagámoslo.

A todas nos encantó la idea.

Mientras comimos, decidimos cuál sería el diseño más apropiado para el caso y buscamos un estudio para hacerlo. Teníamos poco tiempo, pero empezamos a buscar por Instagram. Encontré un estudio en el mismo San Antonio abierto y con tres tatuadores disponibles, de ese modo tardaríamos menos, ya que, pese a ser un mini diseño, si solo hubiera un tatuador tardaríamos demasiado, así que reservamos. Comimos y corrimos al estudio. Nos tatuamos una pequeña ola y la palabra mar pegada. La ola se podía interpretar como una letra A, por lo que en el tattoo pondría «A-mar».

Desde ese momento, ese viaje quedaría marcado en nuestras almas y también en nuestra piel, era el broche perfecto.

Después de tatuarnos llegó la hora de ir al aeropuerto para volver a Barcelona. Para variar, casi perdemos el avión.

El día fue genial, no solo por la cita del día anterior, sino porque no había tenido tiempo de pensar en Robert hasta que coloqué el equipaje de mano sobre el asiento, caí derrotada en él, me abroché el cinturón y una vez más miré su perfil. En aquel momento sentí miedo. «Vuelves a la realidad, pequeña. Bye ibiza, Bye lindo», pensé.




 
 
 

2 Kommentare


Mercè Mañas
Mercè Mañas
19. März 2021

Me tienes enganchada Rocío. Con ganas de más capítulos. 😘😘😘😘

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malditaintensa
malditaintensa
20. März 2021
Antwort an

Me alegro que te guste preciosa!!!! 😊 Y gracias por volver al blog semana a semana. Muchos besitossss 💋💋💋

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